Represión en Venezuela
Venezuela vota contra la dictadura (pese a Ada Colau)
Tras 107 días de protestas en la calle y casi un centenar de muertos a manos de las fuerzas de represión bolivarianas, los venezolanos respondieron ayer de forma abrumadora a la convocatoria con las urnas promovida por la Asamblea Nacional contra el proceso constituyente impuesto por Nicolás Maduro. Los 2.030 centros de votación previstos para la consulta funcionaron con normalidad, más allá de que la afluencia de gente sobrepasó las expectativas. Los participantes en el plebiscito tenían que dar su opinión sobre si estaban o no de acuerdo con la iniciativa de la Constituyente chavista y con instaurar un gobierno de transición. El ambiente que rodeó la jornada fue extraordinario, con una ciudadanía consciente de sus reivindicaciones y de la emergencia que vive el país y con la voluntad de que la voz de la mayoría haga posible el regreso de la democracia. No se registraron incidentes de importancia hasta la hora de cierre de esta edición. El propio Nicolás Maduro pudo contribuir a ello con su pretensión de ningunear la consulta y tratarla como acto interno de la oposición como si no hubiera sido aprobada por la Cámara legislativa de Venezuela. Para contrarrestar su repercusión y amortiguar sus efectos, el dictador inquilino del Palacio de Miraflores organizó ayer mismo un simulacro de los comicios para la Asamblea Nacional Constituyente, previstos para el día 30. Que el propio Maduro diera una dimensión anecdótica y particular a la cita de ayer con las urnas demuestra hasta que punto es trascendente como envite a la dictadura y como prueba ante la comunidad internacional de que el pueblo aspira al restablecimiento de un régimen de libertades que ponga fin a la agonía que subyuga Venezuela. Esa participación masiva, que atendió el requerimiento del órgano de representación de la soberanía nacional para hacer frente a la involución inconstitucional de un Gobierno autoritario, debe ser un mensaje determinante dentro y fuera de las fronteras nacionales que provoque reacciones de los Estados y de los organismos internacionales llamados a poner coto a la deriva represora chavista. La consulta ha tenido un valor extraordinario porque ha encauzado la necesidad de los venezolanos de expresar pacíficamente su hartazgo y su determinación de que la pesadilla acabe, de mostrar el carácter mayoritario de la disidencia y de reafirmar la autoridad y el mandato del Legislativo. Sus detractores, dentro y fuera de Venezuela, han hablado de un simulacro al margen del Poder Electoral. Es un argumento que carece de consistencia cuando las estructuras que se han quedado fuera son las controlados por el propio caudillo bolivariano y cuando lo que el Parlamento buscaba era que los venezolanos hablaran alto y claro y reforzaran la legitimidad moral y social de la lucha por recobrar la democracia. Esos propósitos se han logrado con suficiencia. Sin embargo, ni Maduro ni los chavistas han dado muestras en estos años de atender a la voluntad de la mayoría de los ciudadanos, sino de actuar por preservar su poder a cualquier precio. Nada hace pensar que eso pueda cambiar en breve. A los venezolanos no les quedará más remedio que seguir su lucha con la esperanza de que la comunidad internacional intervenga. En este punto, ha sido decisivo que la diáspora venezolana votara masivamente en sus países de residencia pese a las trabas de colaboracionistas como Ada Colau que no cedieron locales públicos en Barcelona para una fiesta de la democracia. Que los que se llenan la boca con la palabra referéndum coarten así un acto ejemplar contra la dictadura demuestran su hipocresía y su falta de apego a la libertad real.
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