Canela fina

Eduardo Mendoza y los toros

«Eduardo Mendoza ha declarado desde el sentido del humor, con su habitual seriedad: “En Cataluña quiero toros, vino, juerga, fútbol y concordia”»

El Jurado ha acertado de lleno al otorgar a Eduardo Mendoza el Premio Princesa de Asturias de las Letras. El autor de La ciudad de los prodigios se pasea por la cima de la literatura española desde hace más de cincuenta años. Catalán de sentimiento profundo, español sin fisuras, antifranquista relevante. Eduardo Mendoza encabeza nuestra República de las Letras y debería enriquecer con su calidad literaria, como Pere Gimferrer, la Real Academia Española.

Nada más recibir el premio, declaró desde su libertad personal: «En Cataluña quiero toros, vino, juerga, fútbol y concordia». Sin la fiesta de los toros, estúpidamente prohibida en Barcelona, la poesía, la novela, la ópera, la música, la escultura, la pintura hubieran quedado deterioradas en los siglos XIX y XX.

Ortega y Gasset, primera inteligencia española de la pasada centuria, creía que el homus hispanus no podía entenderse sin el estudio de la corrida de toros. Murió sin concluir su libro Paquiro o de los toros. Pablo Picasso decía que la lidia «es el ballet del arte y el valor». Goya, Dalí, Benlliure y cien artistas plásticos más volcaron su maestría en los toros. Federico García Lorca y Rafael Alberti destacaron en la poesía taurina que Andrés Amorós acaba de sintetizar en un excelente libro. Alberti, además, se sumó a los músicos y puso sobre la escena, como Bizet, una ópera protagonizada por Resplandores que fue toro de estrellas junto al llanto sin fin de la Gallarda.

Docenas de novelistas, encabezados por Mario Vargas Llosa, entendieron la significación cultural de los toros y vertebraron sus relatos de historias taurinas. Del Rey abajo casi todos los españoles tuvieron conciencia de la descarga artística que inspiraron los toros, asentados desde hace muchos siglos en la cultura popular. En la carta 531 de su Opus epistolarum, Pedro Mártir de Anglería da testimonio de que Fernando el Católico sorbió un brebaje con los testículos de un toro, esperando tener hijos de su segunda mujer Germana de Foix. Y no olvidaré a aquel aficionado que, al escuchar al vendedor de refrescos vocear su mercancía cuando el torero se disponía a consumar la suerte suprema, gritó: «Hoy los mercaderes fuera del templo».

Bien por Eduardo Mendoza. Al que no le gusten los toros que no vaya a la plaza. Pero libertad para los que sí quieren hacerlo.

Luis María Anson de la Real Academia Española