Con su permiso
Envidia y ambición
Poder a cualquier precio, maltrato a la inteligencia y el criterio del ciudadano. Ningún estímulo para la ambición menos tóxica y un señalamiento al adversario que invita al sectarismo
Federica se está acordando estos días mucho de su abuela. Le hablaba de ambición y envidia como cualidades positivas si se tomaban despacio y en orden, cada una en su momento y su medida. Se puede y se debe ser ambicioso cuando se persigue un objetivo personal o una causa para todos. Hay que llegar a lo mejor. Se debe y se puede sentir envidia de alguien o por algo en tanto ese sentimiento sirve de estímulo, o lo que envidiamos se convierte en referente.
Lo de la envidia lo practicó menos. Ambiciosa, Federica lo ha sido siempre. Aún lo sigue siendo, porque sus objetivos vitales o esa serenidad a la que aspira todavía no los ha conseguido completamente. Y el mundo en el que cree y por el que pelea, está aún lejos siquiera de atisbarse. De hecho, es bastante pesimista.
Lee en una revista especializada que gran parte del problema real y creciente de crisis entre adolescentes, esa que lleva a miles de chicas y chicos a malquererse, hacerse daño, hacerlo a los demás, o querer quitarse de en medio para dejar de sufrir –el suicida no quiere acabar con su vida, sino con su sufrimiento–, está en el pesimismo que destila una sociedad cansada. La crisis económica que nos sacudió en la primera década del siglo, y la Pandemia con que arrancó la tercera, han barrido casi cualquier atisbo de optimismo y la ilusión por el futuro se convierte en un bien escaso que tampoco sabemos cómo y dónde encontrar. Les estamos diciendo a los chicos y las chicas que además del presente abotargado y confuso en el que viven, hay un futuro tan incierto, tan desconocido, que es mejor no pensar en lo que traerá. Vivir el presente duele, pensar en el futuro desespera. Su única ambición es tener más likes que nadie y sobrevivir el presente, bebérselo todo porque lo de mañana mejor no pensarlo. Hay excepciones, claro. Pero por lo general hay muy poco estímulo para una ambición de mejora, de crecimiento, de una meta individual y colectiva por la que merezca la pena partirse hasta el alma.
Tampoco hay referentes para una envidia estimulante. Hoy se atiza al rico, el empresario es un explotador y el que se abre camino sudando la camiseta es un individualista o juega al fútbol. Y en este escenario hay últimamente versiones nada ejemplares. Piensa Federica en alguno que defrauda a Hacienda, algún otro acusado de maltrato o el que está en la cárcel por violar a una muchacha.
Lo del tiro al rico le ha parecido especialmente sangrante con el caso de la cápsula que reventó en el fondo del mar con cinco turistas multimillonarios que se pagaron el capricho de bajar a ver el Titánic, y el precio final ha sido su vida. No cree que tengan ellos la culpa del desequilibrio entre la atención mediática a su caso y la desatención general a los cientos de miles de inmigrantes que se embarcan por nada caprichosa necesidad a un viaje que a menudo termina también en la oscuridad silenciosa del fondo del mar. Pero se les ha atacado y ridiculizado sobre todo en redes sociales. Es como si los responsables de que la gente no tenga dónde vivir o aún se sigan produciendo desahucios son las personas que se pueden permitir una casa grande y lujosa. Como esas que en las teles arrastran audiencia probablemente por un sentimiento a mitad de camino entre la envidia y la admiración.
No hay referentes estimulantes, como tampoco hay liderazgos públicos que ejemplifiquen un modelo creativo de ambición.
Federica observa estos días cómo la vida política, aguijoneado el discurso público por la sucesión de elecciones, es una exhibición impúdica de inconsistencia y desconsideración. El Partido Popular, que aspira al cambio y se desgañitó denunciando que Sánchez quería mantenerse en el poder a cualquier precio, paga por alcanzarlo la tarifa que le pida Vox como precio por sus votos. Cualquier cosa. Lo ha hecho en Valencia, en Baleares y en Aragón. Antes incluso de empezar a negociar, ya tenían las carteras y los puestos convenientemente asignados. Federica escucha en la radio que Núñez Feijóo ha dado un golpe en la mesa. Habla por fin de principios. Falta hará que los dé a conocer y, si es posible, muestre lo que valen respetándolos. Por la izquierda, el PSOE, a la desesperada, se inventa hasta un patético «Aló Presidente», con un poco más de glamour que el venezolano, pero el mismo ridículo. Y en Sumar, depurado ya Podemos según la tradición, la jefa vice, activista y cada vez más cuqui, habla mucho de programa pero cuando se le pregunta dice que ya ha dicho lo que aún no ha tenido a bien decir.
Poder a cualquier precio, maltrato a la inteligencia y el criterio del ciudadano. Ningún estímulo para la ambición menos tóxica y un señalamiento al adversario que invita al sectarismo, la división y en no poca medida también la envidia.
Le ha quedado la reflexión a Federica un poco pesimista, se reconoce. Habrá que salir a dar una vuelta y aprovechar en lo posible el fin de semana. A ver qué está haciendo y qué planes tiene el chaval, que lleva toda la mañana encerrado en la habitación.
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