Con su permiso
Esa estúpida consistencia
Esta nueva cultura cada vez más presente ha prescindido de las preguntas y va directamente a imponer respuestas a no se sabe qué
Eduardo empieza a cansarle ya tanta simpleza travestida de reivindicación trascendente, tanta censura de lo ajeno o lo desconocido en nombre de una supuesta bondad social o histórica fruto de miradas pobres y lenguajes simples. Le hastían ya las impúdicas exhibiciones de cortedad mental por parte de quienes ambicionan imponer su mirada a las cosas, eso que ahora llaman relato.
Le sobreviene otra crisis ante la lectura de la noticia de que una banda de rock británica de cuyo nombre no quiere ni puede acordarse, ha decidido cancelar su participación en el Resurrection Fest, el festival de música rock y metal más importante de España, porque uno de los patrocinadores es la compañía Repsol.
En un comunicado publicado para explicar su descuelgue, aseguran que no quieren participar en la «rehabilitación» (sic) de una de las cincuenta empresas más contaminantes que «continúa priorizando sus inversiones en petróleo y gas por encima de las soluciones climáticas y desarrollando proyectos de combustibles fósiles».
A Eduardo le parece muy bien. Bueno, no en realidad, pero ajusta su criterio a la incuestionable verdad de que cada cual tiene derecho a tomar las decisiones adecuadas en el momento que considere oportuno. Y estos músicos han decidido convertirse en activistas y desactivar su presencia en el festival en lo que consideran una coherente decisión política. Porque artística, desde luego, no lo es. El arte (la música, la poesía, la literatura, la pintura) es otra cosa. Está por encima de la propia condición humana que lo crea, y es vehículo de cambio y revolución, de política, por tanto, pero en lo que tiene de expresividad en su lenguaje. Renunciar a él en una suerte de censura previa no es sino desnaturalizarlo, robarle su esencia y sus posibilidades.
Lo que ha hecho el grupo británico para «castigar» a Repsol no solo es privar a sus seguidores de su música, sino, sobre todo, renunciar a la posibilidad de que esa música actúe como vehículo de expresión. Se ha impuesto y ha impuesto a los suyos un silencio estúpido y, a juicio de Eduardo, perfectamente inútil. ¿No habría sido mejor, más inteligente aprovechar su presencia en el festival para expresarse? Incluso en contra de la compañía, ¿por qué no? Pero no, optan por la cancelación, por el silencio, por esa censura inversa como una suerte de autoinmolación en nombre del bien superior de la salud planetaria.
A Eduardo le recuerdan a esos activistas medioambientales que atacan cuadros en museos, o monumentos naturales, arte, en fin, con la sonora excusa de clamar por su planeta. ¿De verdad se puede defender un futuro de salud en la tierra atacando lo más elevado que ha hecho en ella el hombre? ¿Estamos defendiendo el porvenir por la vía de atacar lo más saludable y elevado de lo que hemos hecho aquí? ¿Pintar de naranja Stonehenge contribuye a defender la tierra? La respuesta, obviamente, es no. Y la razón, una vez más, la mirada simple y tosca a una realidad compleja y rica.
Esta gente divide el mundo en negro y blanco, en verde y gris, en los suyos y los nuestros. Extiende, y a lo que se ve con éxito sobre todo entre los más abducidos por la sonora estulticia que se cultiva en las redes sociales, la idea de que lo que ignoro o no comparto debe ser criticado cuando no silenciado o directamente tirado a la letrina de la cancelación. Si el mundo progresa haciéndose preguntas y atreviéndose a mirar más allá, esta nueva cultura cada vez más presente ha prescindido de las preguntas y va directamente a imponer respuestas a no se sabe qué, y en lugar de avanzar la mirada, le pone las fronteras de su propio pensamiento o los límites de su siempre escaso conocimiento. En un mundo complejo, prima la respuesta simple; en un mundo líquido e intercomunicado, la consistencia más cerrada y burda. Esta albañilería de lo corto y fugaz levanta muros en vez de cimentar casas porque al cerrarse a lo distinto impide el diálogo y cercena el progreso.
Lo peor es que ya no es solo el radicalismo ignorante e iletrado el que se aplica en esta misión de dibujar fronteras. La política global se está convirtiendo en un cuadrilátero de desencuentros en el que se busca la afirmación propia y la recolección de partidarios aborregados más que la discusión enriquecedora y la búsqueda de críticas. La política oficial ha abrazado el relato de lo simple, la rentabilidad inmediata del lema y su impacto, la negación del adversario y el cierre de filas ante lo propio.
Se le antoja a Eduardo que lo del grupo británico y su decisión de autocensurarse, como lo de tirar piedras al arte o rociarlas de pintura, o criticar las donaciones por el simple hecho de provenir de empresas o personas ricas, o levantar muros ante los que no piensan como uno o simplemente le incomodan, son manifestaciones preocupantes de sólida inconsistencia ante los problemas y desafíos de un mundo líquido y complejo. Expresiones de un universo mental y emocional en el que no cree ni quiere vivir, y al que cada vez está más decidido a enfrentarse. Quizá no esté tan solo.
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