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Las correcciones

Los españoles nos merecemos algo más

Sánchez está acabado aunque haya comprado algo de tiempo a sus socios

El poder y la autoridad son conceptos distintos que se necesitan mutuamente para ejercer un buen liderazgo. El poder es la capacidad de influir en los otros, y la autoridad es la legitimidad que permite ejercer ese poder. Sin autoridad, se pierde la legitimidad y, a la postre, el poder se esfuma. Un líder puede ser informalmente desahuciado del poder aunque formalmente siga ocupando el cargo público. Le ocurrió al expresidente de Estados Unidos, el demócrata Joe Biden al final de su mandato. Perdió el poder, es decir, dejó de influir en los norteamericanos (y en el resto del mundo) mucho antes de que decidiera dar un paso atrás y renunciar a presentarse a las elecciones de noviembre de 2024. Únicamente una camarilla de asesores, cuyos trabajos dependían de que Biden siguiera en el cargo, creían, que, a sus 81 años, podía dirigir cuatro años más la primera potencia del mundo. Biden, a esas alturas, había dado múltiples señales de no estar en condiciones ni físicas ni mentales para continuar, pero, sin embargo, quiso resistir (nunca entenderé el empecinamiento de Jill Biden). Protagonizó un pésimo debate televisivo y como consecuencia terminó con una de las carreras más longevas y exitosas de Estados Unidos de forma abrupta.

Mi impresión es que algo parecido le está ocurriendo al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Uno de los síntomas más claros del ocaso de una carrera política es cuando el resto de poderes fácticos (IBEX, partidos políticos, funcionarios y medios de comunicación) empiezan a virar hacia el otro lado. Engrasan los contactos con la oposición de turno por lo que pueda pasar en un futuro próximo.

Desde hace semanas escucho la misma pregunta: «¿Cuánto tiempo le queda?». La sensación generalizada es que está acabado, y, aunque haya comprado algo de tiempo a sus socios, nadie cree que pueda agotar la legislatura y llegar hasta 2027. El olor a putrefacción es demasiado insoportable. Para muchos su carrera política terminó cuando forzó su reelección en 2023 con pactos contra natura con Bildu y Puigdemont. El Gobierno ha estado prácticamente paralizado desde entonces y no ha sido capaz de aprobar ningún presupuesto. Estos dos años han sido un catálogo de errores. La catastrófica gestión de las inundaciones de Valencia con más de 200 muertos; el apagón masivo que dejó a oscuras a la Península Ibérica al anteponer, según expertos, las emisiones cero a la seguridad energética, o los constantes cortes de electricidad que han cancelado vuelos y trenes le han debilitado al extremo, aunque la economía nacional siga creciendo.

Pero lo que realmente ha puesto a prueba su auto profético «Manual de Resistencia» ha sido la corrupción de sus tres mosqueteros, Santos Cedrán, Ábalos y Koldo. Sánchez sigue agarrándose a las teorías de la conspiración (acuérdese querido lector, de la máquina del fango y el retiro de cinco días), pero lo cierto es que tanto la UCO como la Justicia están haciendo escrupulosamente su trabajo. «The Times» pedía en un editorial un acto de contrición y una actuación en consecuencia. «El pueblo español se merece algo mejor. Mejor gobernanza, más responsabilidad y la transparencia esencial para mantener el centro». Es difícil encontrar a un español que no esté de acuerdo.