Tribuna

Estados Unidos: del orden basado en reglas al orden libre de reglas

La UE y, por extensión, Europa deben asumir que sin una arquitectura de seguridad propia que salvaguarde los intereses vitales de todos, seguirán a expensas de una triple encrucijada geopolítica entre EE. UU., Rusia y China

La renovada apuesta del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, por la agenda America First, es decir, más proteccionismo comercial y más unilateralismo político, no es sino el desesperado intento de la élite política estadounidense por recomponer las bases internas del país para tratar de preservar su primacía frente a China. Aunque se le atribuye a Trump y su equipo de gobierno el retorno del unilateralismo, lo cierto es que ellos son instrumentales a un consenso mucho más amplio entre las élites económicas y políticas que gobiernan EE.UU. y que abogan por un orden «libre de reglas». Son conscientes que, para la pugna con China, los marcos multilateral (ONU) y plurilateral (UE, OTAN, G7) son insuficientes.

Es lógico que el giro de EE.UU. desconcierte a la UE y sus Estados miembros. Al no disponer de autonomía en materia exterior el bloque comunitario no ha sido capaz de definir cabalmente cuáles son sus intereses y, por tanto, tampoco los instrumentos para alcanzarlos. EE. UU. no padece esta contradicción. Tiene política exterior propia, sabe cuáles son sus intereses y no confunde medios con fines. Actúa como un actor puramente racional. Sabe que el cambio de enfoque que está efectuando se hará a expensas de ese medio llamado «orden basado en reglas» y en beneficio de otro medio, un orden libre de obligaciones que le permita atender sus verdaderos fines políticos: mantener su hegemonía, desmantelando la estructura regimental de Occidente si es necesario.

Es esto y no la supuesta deriva imperialista que le atribuyen a la Administración Trump lo que tiene soliviantadas a las élites políticas europeas. La determinación de EE. UU. de defender sus intereses nacionales de manera unilateral, prescindiendo del tradicional marco euroatlántico. Que duda cabe que en el cambio de enfoque en materia exterior Trump y su equipo de gobierno ocupan un lugar central. Sin embargo, considerar que el golpe de timón de EE. UU. obedece a los caprichos de Trump, y no a un proyecto de mayor alcance, es una lectura que se limita a observar al personaje aisladamente de la estructura. Los factores que impulsan este cambio son de carácter económico y comercial, el déficit comercial es visto como el origen de la fractura interna y de la desestructuración social; y, geopolíticos, pues es Asia Pacífico y no Europa el eje prioritario de EE. UU.

Lo que explica la actual divergencia de enfoque entre estadounidenses y europeos, por tanto, es el carácter fundamental de los cambios internos que está experimentando EE. UU. y su temor a la pérdida de hegemonía. La mentalidad de las nuevas élites económicas locales y la percepción de las añejas élites políticas bipartitas parecen confluir en un punto. Seguir involucrados en la guerra en Ucrania supone desatender la situación interna y facilitar la pérdida de preponderancia frente a China.

El reciente reproche del presidente Trump a Zelenski acerca de que este carece de cartas ganadoras para andar coqueteando con la Tercera Guerra Mundial tenía como destinatarios a las élites políticas de los países europeos, más que a Ucrania. Los países europeos se han acostumbrado a que sea EE. UU. quien les resuelva los asuntos políticos y geopolíticos más desagradables. De alguna manera, Trump y su equipo le han señalado el camino a los europeos para que empiecen a abandonar esa vieja costumbre.

Respecto a Ucrania, quien haya aconsejado a Zelenski adoptar una posición de fuerza en su reunión con Trump o bien lo ha hecho con desidia o éste simplemente ha ignorado el talante jerárquico de las grandes potencias. Estas no encajan bien la insubordinación, menos aún por parte de un socio, un subordinado o un protegido. La prepotente actitud de Zelenski en el Despacho Oval retrotrae a la tristemente célebre conducta que franceses e ingleses mantuvieron en la crisis del Canal de Suez frente a Egipto (1956). Es preciso recordar que tanto en aquel entonces como parece volver a ocurrir en estos momentos, EE. UU. y la URSS (hoy Federación Rusa) demostraron tener incentivos para actuar de manera coordinada y pragmática no sólo para alcanzar acuerdos bilaterales, sino para imponer su visión y sus intereses frente a terceros. Esto y no otra cosa es el «lenguaje del poder».

La transmisión en directo de la reprimenda política de Trump a Zelenski debería suscitar una reflexión más atenta. Nada impide que vuelva a repetirse en forma de colapso televisado de las relaciones euroatlánticas durante alguna cumbre de la OTAN. La mejor opción que tienen los países europeos es empezar a planificar seriamente la paz de Ucrania. La UE y, por extensión, Europa deben asumir que sin una arquitectura de seguridad propia que salvaguarde los intereses vitales de todos, seguirán a expensas de una triple encrucijada geopolítica entre EE. UU., Rusia y China.