Las correcciones

Estados Unidos vuelve a Oriente Medio

Derrotar a los yihadistas no debería ser incompatible con proteger a la población civil de Gaza y Occidente debería brindar todo su apoyo para que Israel pueda tener éxito en esta campaña.

El presidente Joe Biden ha tomado el control de la diplomacia estadounidense con su visita a Israel en el momento más crítico de la historia del Estado judío desde la guerra de Yom Kippur en 1973. Estados Unidos regresa a Oriente Medio después de años de ausencia. Barack Obama reconoció que su mayor error en política exterior fue el repliegue de Oriente Medio presionado por la fatiga de la guerra de Irak a la que él mismo se había opuesto como senador. No intervino en Siria en 2013 a pesar de que Bachar al Asad cruzó una de sus líneas rojas con el uso de armas químicas contra la población civil. El vacío fue rápidamente ocupado por Rusia que durante esa década tejió unas alianzas muy valiosas para su guerra en Ucrania (véase el uso de los drones suicidas iraníes en el campo de batalla). Pero con la retirada de EE UU, Oriente Medio quedó sobre todo abandonada a sus pulsiones fratricidas. Rusia, marginada por su propia agresión ilegal contra Ucrania, es incapaz ahora de desempeñar el papel de pacificador, y está más interesada en azuzar junto a China un creciente estado de ánimo antioccidental en todo el mundo árabe. No es casualidad que las protestas del miércoles de la ira tuvieran como blanco la Embajada de Estados Unidos en Beirut. Para Washington, Israel no es una mera cuestión de política exterior, la relación es tan estrecha que podrá considerarse un asunto de política doméstica. A las puertas de un año electoral, el presidente estadounidense no se puede limitar a exhibir su apoyo al Estado judío. Debe ponerse en primera línea. De ahí su interés en lograr avances tangibles como la apertura de un corredor humanitario en Gaza a través de Egipto. El presidente de Estados Unidos también ha presionado a Israel para que asegure zonas protegidas para los civiles en el sur de la franja, la evacuación de los heridos y de los ciudadanos con doble nacionalidad. Es muy probable que se haya interesado por el rescate de los rehenes (199, según el último dato de Israel), aunque esto es una operación más complicada.

La carnicería cometida por Hamás el 7 de octubre hizo añicos las reglas de un viejo conflicto árabe israelí y sólo los que no reconocen el derecho a Israel a existir le niegan el de la legítima defensa. En el mundo árabe los Acuerdos de Abraham que promovían la normalización de relaciones con el Estado judío se han convertido en un espejismo y la causa palestina vuelve a unir a los 450 millones de integrantes de la comunidad musulmana. El retraso de la incursión israelí se debe sobre todo a factores internos y al reconocimiento de que una invasión precipitada convertiría la masacre del hospital Al Ahli de Gaza en una anécdota. Biden afirmó que el 7-O equivale a quince 11-S, pero pidió aprender de los errores de 2001. Hay que plantear un objetivo militar razonable y proporcionado. Para Israel es destruir a los dirigentes y la infraestructura de Hamás. Derrotar a los yihadistas no debería ser incompatible con proteger a la población civil de Gaza. Occidente debería brindar todo su apoyo para que Israel pueda tener éxito en esta campaña. Por solidaridad y por interés. También debería aumentar la presión sobre Qatar por proteger al líder político de Hamás, Ismail Haniya. No se puede acoger tan alegremente a quien ordena matar a judíos de forma deliberada.