Y volvieron cantando

La Europa «chupi guay»

Bruselas y Estrasburgo debieran pararse a pensar las razones por las que no se sabe hacer llegar a un ciudadano escéptico y a veces entregado al populismo, que Europa es sinónimo de progreso y no de imposiciones burocráticas

Vaya por delante que, si existe un país de la Unión Europea cuyos ciudadanos han de estar más agradecidos que nadie a su pertenencia al selecto club europeo, esa nación es España, acostumbrada –y a veces mal acostumbrada– a contemplar cómo los fondos comunitarios procedentes de los impuestos de ciudadanos en países más ricos han ayudado a nuestra modernización y a ese salto de calidad que hace décadas nos alejó definitivamente del tercermundismo, un salto que casi dábamos por hecho con la colocación en la entrada de cada pueblo de la famosa señalización a modo de recordatorio «fondos FEDER», por aquello de que, al menos se supiera de dónde venían los dineros y quiénes se habían rascado solidariamente los bolsillos.

Pero ese eterno agradecimiento no tiene nada que ver con la lógica crítica hacia una serie de actitudes traducidas en directrices, más propias de la obsesión por agradar a lo políticamente correcto, que de la búsqueda real de soluciones a los problemas de cuatrocientos millones de europeos incurriendo además en el agrandamiento de la brecha entre el norte y el sur.

Valgan un par de datos relacionados con nuestra más doméstica situación. Resulta que las trabas a la fresa de Huelva no tienen tanta relación con su estado, que dicho sea de paso, es más apto para el consumo que ninguna otra, sino con los productos utilizados para su abono. Resulta también que, mientras mal pertrechados guardias civiles se juegan el tipo en el estrecho de Gibraltar para frenar auténticas hordas de inmigración ilegal, algunos «estupendos» se centran en poner en cuestión los métodos de la Benemérita, mientras se toman plácidamente un sándwich de salmón ahumado en algún lejano café de Estocolmo, Luxemburgo o Copenhague.

El proyecto europeo –mal que pese a los falsos profetas del Brexit– es uno de los grandes logros de la historia, pero lejos de estar concluido continúa en construcción y tal vez por ello muchos «chupi guays» de Bruselas y Estrasburgo debieran pararse a pensar las razones por las que no se sabe hacer llegar a un ciudadano escéptico y a veces entregado al populismo, que Europa es sinónimo de progreso y no de imposiciones burocráticas, a veces a años luz de la realidad. No siempre tiene todos los elementos de juicio. Hace veinte años quisieron acabar con nuestro olivar y no lo hicieron gracias a una tal Loyola de Palacio. Ojo al sanedrín de Bruselas.