Letras líquidas
La excepción española y el kit de supervivencia
Muchos países europeos refuerzan ya su defensa y seguridad, mientras en España seguimos enredados en ese tabú tan nuestro y tan ingenuo de ocultar los asuntos militares bajo una alfombra imaginaria
El asunto del kit de supervivencia va camino de convertirse, además de en tema de conversación recurrente, en un verdadero test de personalidad que permite clasificar a los ciudadanos europeos. ¿Es usted previsor y se dispone a llenar su mochila de emergencia con agua, barritas energéticas, linterna, radio, pilas y documentos plastificados? ¿Es más bien incrédulo o escéptico y observa la propuesta de la Unión Europea con tanta sorpresa como si le dijeran que preparase una maleta para visitar Marte? ¿O se alinea, más bien, con aquellos que solo ven una operación orquestada para despertar el miedo colectivo y no tiene ninguna intención de organizar su equipo para un eventual apocalipsis contemporáneo? Sin que ninguno podamos saber qué nos depara el futuro, o la voluntad de Putin (que puede ser lo mismo), lo que está claro es que el entorno de seguridad y confianza en una paz permanente ha quedado atrás.
Los últimos movimientos geopolíticos vienen a ratificarlo, por si quedaba algún despistado que aún no se había enterado de que hay una guerra en la mismísima Europa desde hace más de tres años. Es evidente que adaptarse a los cambios cuesta; basta recordar cómo veíamos avanzar el coronavirus a principios de 2020, de este a oeste del planeta, y sentíamos que esa pandemia y sus devastadoras secuelas no iban con nosotros. Ojos cerrados frente a evidencias. Ahora las pistas que la realidad va dejando son múltiples: el carácter imperialista de Rusia, con una concepción del mundo muy distinta al paradigma europeo, las últimas estrategias del Kremlin en las negociaciones sobre Ucrania, los avisos de las inteligencias danesa y alemana sobre ansias expansionistas futuras en territorio comunitario y, por supuesto, el giro radical en política exterior de Estados Unidos. Muchos países europeos refuerzan ya su defensa y seguridad, tomándose en serio todas estas amenazas, mientras en España seguimos enredados en ese tabú tan nuestro y tan ingenuo de ocultar los asuntos militares bajo una alfombra imaginaria.
Y, como replicando el «no a la guerra» de hace años, vuelve a surgir una corriente que ignora que el rechazo a la guerra es patrimonio de la inmensa mayoría de ciudadanos y que esa circunstancia no es obstáculo para que una sociedad madura se plantee con honestidad afrontar el debate sobre el aumento de su protección en tiempos convulsos. Yo también digo no a la guerra, pero, por si acaso, habrá que ir preparando el kit de supervivencia. El individual y el común.