Editorial

Existe otra política mejor para todos

Simplemente, Sánchez no tenía réplica posible al candidato popular

A lo largo de su gobierno no se ha caracterizado, precisamente, Pedro Sánchez, como un político ejemplar en el respeto al Parlamento, pero no deberíamos dejarnos llevar en exceso por la pedestre táctica que desplegó ayer en el Congreso de los Diputados, so pena de perder de vista la tremenda realidad que está viviendo la Nación. Porque lo cierto es que llevar a la tribuna de las Cortes a un diputado raso como Óscar Puente, cuyos modales en la esfera pública compiten con su sectarismo, para dar la réplica al candidato designado por el Jefe del Estado para optar a la investidura no sólo responde a la intención de embarrar y devaluar uno de los momentos más trascendentes en cualquier democracia –lo que viniendo del actual presidente del Gobierno (en funciones) sería escasa novedad–, sino a la perentoria necesidad de esquivar un debate que podía comprometer definitivamente su imagen ante la ciudadanía. No fue, desde luego, una actitud elegante, pero fue la única capaz de dar alivio a quien se intuye dispuesto a ceder la dignidad de la nación con tal de conseguir lo que ambiciona. Porque Pedro Sánchez era consciente de que ni la manida dialéctica marxista de acusar al adversario de los males propios ni la sobreactuación de una bancada que ha interiorizado el mandato imperativo de su jefe como dogma de fe podía poner sordina a la gran pregunta que Alberto Núñez Feijóo había dejado flotando sobre el Hemiciclo: ¿es la amnistía la única cesión pactada con los independentistas o también se está negociando el reconocimiento del derecho de autodeterminación?

Este es el hecho determinante y, no creemos equivocarnos, el que va a llegar a buena parte de la opinión pública española. Simplemente, Sánchez no podía dar la réplica a los impecables planteamientos del candidato popular sin admitir que se disponía a modular a su conveniencia el ordenamiento jurídico del Estado o a comprometer el apoyo de sus socios nacionalistas a su reelección. Probablemente hubo otra razón, menos evidente, en la decisión de Sánchez que tiene que con el propio discurso de Alberto Núñez Feijóo. Porque, sin pretender caer en el elogio fácil, la intervención del líder popular había descrito con la precisión del cirujano los males de la patria y el camino para superarlos. Feijóo, desde la denuncia de la tensión, por veces insoportable, a la que las minorías nacionalistas llevan décadas sometiendo a la sociedad española, pasando por la inequívoca defensa del ordenamiento constitucional y reivindicando lo que debería ser obvio, que la democracia se asienta y se contiene en la Constitución, puso voz no sólo a sus ocho millones de votantes, sino a otros muchos españoles que ven con asombro como se jalea impunemente la desigualdad ante la ley de los ciudadanos y como los compromisos públicos se han convertido en papel mojado a poco que cambien las condiciones políticas. A este respecto, hay un comodín clásico en los debates ideológicos que el PSOE y, por supuesto, los nacionalistas, no tuvieron otra opción que poner sobre la mesa. Se trata de afirmar que el candidato no tiene programa o que sólo busca la imposición de una visión exclusivista del Estado. Y, sin embargo, Núñez Feijóo demostró que traía a las Cortes un programa de gobierno político, económico y social perfectamente delimitado y basado en liberar del dogal intervencionista y de la exacción fiscal a una sociedad que necesita quitarse los lastres ideológicos de la izquierda para despegar, pero, también, que tendía la mano con la oferta de una serie de pactos de Estado a quien quisiera apuntarse a reconducir la institucionalidad dañada de la democracia española. Probablemente no será investido como presidente del Gobierno, pero, ayer, en la sede de la soberanía nacional se nos explicó que hay otra política posible, mejor para todos.