Aquí estamos de paso

Feminismo antifeminista

Estos días le está cayendo la del pulpo a la escritora catalana de origen marroquí Najat el Hachmi, a la que el alcalde de Barcelona ha tenido la osadía de proponer como pregonera de la fiesta mayor en septiembre

Suele ser habitual en los últimos tiempos que en las apariciones públicas de los lideres de la izquierda, estampas masivas de igualitarismo estético, se vea algún que otro hiyab, que es el velo que el islam impone a las mujeres para cubrir sus cabellos. El domingo pasado, tras una alborozada Yolanda Díaz, se podía ver una mujer tocada con el hiyab. No pude comprobar si se trataba de Fátima Hamed, la abogada ceutí que es presentada y se autodefine como feminista, adornada siempre con el velo «de respeto», pero había entre el gentío una mujer con él sobre la cabeza.

Definirse feminista cubierta con un velo es como definirse antitaurino vestido de torero y con muleta. El hiyab es una imposición religiosa de los hombres sobre las mujeres, de los maridos sobre las esposas, de los padres sobre las hijas. Sólo desde una perspectiva ingenua o ignorante, en todo caso manipulada y manipuladora, se puede sostener que algo así forma parte de la libre elección de una mujer. El pañuelo es una imposición religiosa y cultural. Por supuesto que puede ser voluntaria, si una mujer decide seguir de manera consciente y literal los preceptos islámicos. Pero eso no le roba su condición esencial de norma impuesta. Como soy religiosa, acepto la imposición. De acuerdo. Pero no se puede ser feminista alardeando de asumir imposiciones machistas. No deja de ser curiosa la ligereza con que cierta izquierda acepta y normaliza estos rasgos de intolerancia. O, sobre todo en Cataluña, se relaciona con líderes islámicos en algunos casos decididamente radicales.

Estos días le está cayendo la del pulpo a la escritora catalana de origen marroquí Najat el Hachmi, a la que el alcalde de Barcelona ha tenido la osadía de proponer como pregonera de la fiesta mayor en septiembre. Asociaciones, agrupaciones, hasta bandas de música de corte independentista y de izquierdas se han rasgado las vestiduras propias y también las del alcalde, por semejante afrenta. ¿A quién? A los respetables dirigentes de la religión islámica a los que esta mujer, cuyo origen cultural probablemente le dota de un conocimiento que acaso otros no tengamos, irrita por sus críticas a una cultura religiosa de imposición y homófoba como es la que se ejerce en mezquitas y no pocas familias musulmanas.

Conociendo la fragilidad de la palabra en política, tanta que ahora se llama razonable cambio de opinión, es posible que el señor alcalde recule. Sería un retroceso no sólo ante la presión de la izquierda manipuladora sino ante el propio impulso del islamismo en lo que tiene de intolerante.

Quizá sería bueno recordarle a todos esos ofendidos la forma en que las mujeres en Irán protestan contra la autoridad islámica: cabello suelto, desnudo de velo alguno. Por llevarlo mal colocado mataron a Masha Amini, 22 años.

O puede que más eficaz sea recordarles que sus amigos islámicos son la herencia oscura de una España árabe luminosa y avanzada, que se mantuvo viva durante más de 500 años en ese Al Ándalus del que tanto desconocemos entre otras cosas por los muchos siglos de ocultamiento de esa parte de nuestra historia. Pero aquel Islam de Al Ándalus era infinitamente más abierto y tolerante que el que practican hoy sus amigos de las mezquitas, ese mismo que impone que las mujeres oculten sus cabellos de las miradas de los hombres.