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Tribuna

La filosofía es un dinosaurio que está muriendo (¿o no?)

Filosofar es atreverse a cuestionar y a desenterrar verdades ocultas. Es el impulso de todo ser humano que busca sentido, que se rebela contra lo establecido y que, sin saberlo, se convierte en un explorador del ser. Porque, en definitiva, todos somos filosofía.

En un mundo acelerado por avances a ritmos vertiginosos, la filosofía es vista como un vestigio inútil, una disciplina que poco aporta a la sociedad moderna. ¿Quién necesita las ideas de Epicuro o las inquietudes de Kant cuando el futuro se escribe en código binario? Además, la filosofía, en vez de ser un faro en medio de la tormenta, parece que es la tempestad misma: desafía, perturba y nos obliga a despertar. Nos sacude el alma y nos deja tiritando. La filosofía incomoda y parece tener cada vez menos alcance: su luz, que intenta iluminarnos, proyecta su brillo en un espacio que no parece influir en el mundo real.

Sin embargo, a las 9 de la mañana siguen apareciendo alumnos a la clase. Mientras los primeros rayos del día acarician los rostros adormilados de los estudiantes, me dispongo a despertar sus mentes con una afirmación que, aunque algo controvertida, considero necesaria: «la filosofía es un dinosaurio que está muriendo poco a poco».

Continúo el discurso, advirtiendo cómo en sus ojos de lechuza se posa la curiosidad: «La filosofía», les digo, «escoge su bebida favorita de forma diaria, y se ahoga poco a poco en su propio veneno. Se enfrenta a diario a su propia crisis existencial. A veces se sumerge en el escepticismo, cuestionando incluso su propia razón de ser. Otras veces abraza el nihilismo, enfrentándose a una profunda desesperación. Esto la hace tener una nausea constante. Ha leído a Camus, pero antes ya había matado a Dios. Nietzsche ya lo dijo. Ahora se debate en una lucha constante por encontrar significado en un mundo aparentemente vacío. Cuando se levanta con un buen pie, le da por pensar en el amor platónico. Se viste peripatética y sale a pasear y a observar el sol. Pero haga lo que haga, la filosofía se muere… poco a poco». Algunos estudiantes inician un debate: me preguntan cómo es posible que esta disciplina esté muriendo cuando el estoicismo, una corriente de pensamiento milenaria, está experimentando un resurgimiento notable en redes sociales. Cuando los pensadores siguen escribiendo y ahora más que nunca, la filosofía da sosiego en tiempos políticos intempestivos. Algo no encaja.

Y de repente, me doy cuenta: la filosofía me está mirando. Lejos de estar agonizando, escudriña, valora y cuestiona lo que digo. Súbitamente, la filosofía entra tarde a clase. Se sienta en la última fila para no molestar, uniéndose a esa otra filosofía adormilada que bosteza de vez en cuando. La filosofía se pregunta, la mayoría de las veces, en silencio. Escucha más que habla. Se sentará durante 8 horas para volver a la biblioteca, no con pasividad ni resignación, sino en una búsqueda incansable de respuestas en un mundo lleno de interrogantes. También siente miedo, sabe que lo que dice debe tener sentido y su argumentación conviene que sea, ante todo, adecuada, o puede ser descartada por otra doctrina. El tiempo no perdona y te recuerda que o evolucionas o mueres con la máxima del tempus fugit. Levanta la mano con más preguntas que respuestas: «solo sabe que no sabe nada», aunque no entienda la mayéutica socrática. Tristemente, la filosofía se ha creído lo que todo el mundo a su alrededor dice, aquello de «que no sirve para nada», «que es una pérdida de tiempo» o «que no hará nada con su vida». En realidad, no tiene que hacer nada, ya lo está haciendo. Me está demostrando en estos momentos que la filosofía ha renacido con un nuevo espíritu. Se inquieta ante las noticias internacionales y se queja cuando se aleja de aquello que le gusta. Cambia, mutando constantemente, adaptándose a los nuevos tiempos. Lee a Byung-Chul Han y critica la mala retórica de los políticos actuales citándote a Cicerón mientras lee el periódico digital. La filosofía ya no solo porfía, también ve, escucha, y hace scroll por las noches. Es pura acción, convirtiéndose es una sempiterna actividad innovadora. Ha entendido que tiene que estudiar idiomas y aprender un curso de programación los fines de semana. Quizás le dé por divulgar en redes sociales porque piensa que hay demasiado ruido en internet, repleto de citas que la enmascaran de falsa autoayuda. Cada uno de los alumnos, a su manera, encarnan la esencia misma de la filosofía, manifestando un persistente cuestionamiento al preguntar lo que otros dan por sentado. Son una oda a la filosofía porque, ante todo, demuestran que esta disciplina no es una actividad elitista, sino una fuerza viva y vibrante que impulsa el pensamiento humano hacia nuevas fronteras. La filosofía no solo habita en libros y teorías abstractas, sino que está más viva que nunca.

En esa aula iluminada, comprendo que la filosofía no está condenada a desaparecer; sino que es parte fundamental de la condición humana. Con cada pregunta, reflexión y búsqueda de sentido, la filosofía continuará forjando el futuro, aunque moleste su presencia.

Y si el lector aún duda, piense en esto: cada vez que ha cuestionado el status quo, ha hecho filosofía. Cada vez que, en medio de una crisis personal, ha buscado entender quién es realmente o se ha indignado por las injusticias del mundo, ha filosofado. Filosofar es atreverse a cuestionar y a desenterrar verdades ocultas. Es el impulso de todo ser humano que busca sentido, que se rebela contra lo establecido y que, sin saberlo, se convierte en un explorador del ser. Porque, en definitiva, todos somos filosofía.