Cuartel emocional
No es el fin del mundo
Lo que nos ha traído la modernez implementada por los gobernantes de los últimos años, que no han hecho más cosa que joder una sociedad que, mejor o peor, iba funcionando
Cuando a finales del siglo XIX Lord Byron se iba a Portovenere a hacer travesías a nado en busca de su buen amigo Percy Shelley, hasta llegar a una gruta que fue bautizada con su nombre, no se pensaba en el fin del mundo. Tampoco en los tiempos en que en esa misma localidad se iban a buscar otro ambiente –no me gusta decir inspiración: los más grandes dicen que no existe y es cierto. Lo mismo que la suerte, que igualmente hay que perseguirla-, escritores como D’Annunzio, Cesare Pavese, Marinetti; por ello denominan al lugar como el Golfo de los Poetas, un lugar bellísimo impregnado de un no sé qué que seduce y magnetiza. Un mar que lo mismo está bravo que engaña con su mansedumbre. Un rincón en la Liguria, formando parte de la Cinque Terre, esa franja de ciudades costeras que constituye la Riviera italiana y que permite quedar seducido sea con lluvia, con el mar embravecido o con una suave calma que invita a la serenidad y a la curiosidad por conocer qué hacían, cómo vivían y cómo era el día a día de estos hombres instalados en el Olimpo de los grandes en el universo del blanco sobre negro.
Y no pensaban en el fin del mundo, en efecto, porque para eso ya están los estúpidos del siglo XXI haciendo el ridículo, jugando a Nostradamus, con mayor o menor pesimismo y con unos aciertos escasamente atinados. Estamos en pleno invierno y las temperaturas bajan a los niveles normales para esta época del año, en unos sitios con más intensidad y en otros con menos, pero es lo que tienen las estaciones del año, que van por donde les da la gana. Ahora sale una escocesa con ínfulas optimistas que no me producen ni frío ni calor, y nunca mejor dicho, hablando de eso tan sobado que es la “sostenibilidad del planeta” en un libro que bajo el mismo título que este artículo le planta cara al “pesimismo rampante”. Lo que ocurre es que somos sucios y sólo ahora y nada más que ahora empezamos a enseñar a nuestros pequeños que las cosas no se tiran al suelo, ni al mar ni a los ríos. Que el plástico que tanto revolucionó a la sociedad en los años sesenta es una porquería que ya se podían haber ahorrado sus inventores y que su reciclaje, lo mismo que el del vidrio o el cartón, es tan necesario como mantener el aire libre de humos. De manera que si cada cual nos imponemos la disciplina como objetivo y se la imbuimos a nuestros descendientes como norma de vida –para todo, por cierto-, habremos avanzado muchas millas, pero si echamos una mirada a nuestro entorno nos daremos cuenta de que para ello necesitamos años luz porque lo que vemos es cochambre, desorden y tolerancia. Lo que nos ha traído la modernez implementada por los gobernantes de los últimos años, que no han hecho más cosa que joder una sociedad que, mejor o peor, iba funcionando porque había referentes que conferían un equilibrio bastante adecuado y una estética de la que hoy carecemos definitivamente.
CODA. Sánchez está desaparecido, probablemente disfrutando de las mieles del Falcon, vaya usted a saber dónde. Los telediarios están hueros de su persona revestida con esos trajes azules que hacen sangrar los ojos. No lo echamos de menos, es cierto, pero nos duele el bolsillo pensando en qué latitudes y con quien se estará gastando nuestro dinero, ese que cada día nos cuesta más trabajo acopiar.
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