Los puntos sobre las íes

La foto con la vocera de los asesinos de 12 socialistas

Ciscarte en los victimarios de tus compañeros es imperdonable. Eternamente imperdonable

Mertxe Aizpurua era jefaza del órgano de propaganda de ETA, el diario Egin, cuando publicaron una de las portadas más abyectas que se recuerdan y eso que el nivel estaba alto: «Ortega Lara vuelve a la cárcel». Corría julio de 1997 y el funcionario de prisiones acababa de ser liberado por la Guardia Civil tras pasar 532 días y 532 noches en un zulo de 4 metros de largo por 2 de ancho y 1,50 de alto. No estaría de más que esta chusma se encerrase 532 días bajo tierra para ver si al salir continúan con las macabras bromitas. La sarta de repugnantes ironías de los voceros de los terroristas no terminó ahí. El compañero Pablo Muñoz recordaba ayer que dos semanas más tarde, concretamente al día siguiente del asesinato de Miguel Ángel Blanco, volvieron a mofarse de la víctima: «El edil del PP apareció con dos disparos». Obviaban que lo habían tenido secuestrado 72 horas, tras las cuales acabó con llagas en las mejillas de tanto llorar, sabiendo como sabía que lo iban a asesinar, y que el hijo de la grandísima perra de Txapote lo tiroteó a cañón tocante tras ponerlo de rodillas. Estos dos episodios retratan nítidamente el diabolismo de un mundo proetarra que en realidad es etarra. Que tan malos eran los que apretaban el gatillo o ponían las bombas como quienes jaleaban sus acciones y las blanqueaban, las relativizaban o directamente ironizaban sobre ellas. Hay que recordar que Aizpurua, que personifica mejor que nadie ese refrán que sostiene que «la cara es el espejo del alma», fue un lustro directora de Gara, continuación de ese Egin que como es natural terminó siendo ilegalizado por sus indisimulados vínculos con la banda terrorista. Pedro Sánchez no se reunió ayer con una hermanita de la caridad ni tampoco con el clon posmoderno de María Goretti. El presidente del Gobierno volvió a mancillar la memoria de las 856 víctimas de ETA al hacerse la foto, entre cantosas risas y sonrisas, con la mismita Mertxe Aizpurua que confeccionaba esas portadas. Con una tipeja que se burló del inhumano calvario de Ortega Lara, con una individua que se rio del asesinato de Miguel Ángel Blanco, con un ser satánico que humilló igualmente a las familias de las víctimas en los peores momentos de su vida. No quiero pensar el mix de rabia, impotencia y dolor que recorrió el cuerpo del matrimonio Blanco, de su hija Marimar y de la mujer de Ortega Lara, Domitila Díez, cuando les describieron esas noticias que figuran por derecho propio en los anales de la infamia. Como intuyo la indignación que sintieron ayer al contemplar el jovial rictus del presidente del Gobierno de España, manda huevos, al encontrarse con la representante de la banda terrorista. Un inquilino de Moncloa que se mostró, ayer más que nunca, como lo que es: un filoetarra. Sé que el término le pone de los nervios pero he de precisarle que el prefijo «filo», diccionario de la Real Academia en mano, significa «amigo de». Adjudicarle este calificativo no constituye ningún insulto sino más bien una mera descripción. No quiero pensar tampoco el infinito malestar que provocó el tête-à-tête con la bilduetarra a los parientes de los 12 socialistas asesinados por ETA: Germán González, Enrique Casas, Vicente Gajate, Fernando Múgica, Francisco Tomás y Valiente, Fernando Buesa, Juan María Jauregi, Ernest Lluch, Froilán Elespe, Juan Priede, Joseba Pagazaurtundua e Isaías Carrasco. Ciscarse en la Constitución y en la legalidad es impresentable, ciscarte en los victimarios de tus compañeros, imperdonable. Eternamente imperdonable. Un crimen de lesa indignidad.