Tribuna
Francia y Alemania
Una reducción del liderazgo tanto dentro como fuera es siempre un momento crucial para una sociedad, todavía más en una institución plurinacional de 27 países.
Para un europeo de 1945, Francia y Alemania llevaban 150 años atacándose, invadiendo a sus vecinos y eran responsables de los mayores genocidios en la historia europea. Desde entonces han sido el motor del mayor periodo de paz y prosperidad conjunta del continente, fundadores del mejor y mayor proyecto en la historia mundial de integración política, social, económica y financiera, que alcanza hoy desde Ucrania a Portugal. Alemania ha aceptado y reconocido todas sus pasadas responsabilidades. Francia ninguna.
Todo pasa, desaparece, se rompe y se remplaza, dicen los franceses. Las actuales circunstancias europeas y domésticas permiten preguntarse si ese momento ha llegado al eje franco-alemán. De hecho, parece que el modelo político del primero y el económico del segundo han llegado a su fin, o al menos están en profunda revisión. ¡Qué miedo!
Francia se adentra en un periodo político iliberal y fragmentado, con posibles mayorías alternativas que solo coinciden en que el nivel de gasto público ha de crecer. Desde antes del nacimiento del euro, la economía francesa ha mantenido déficits públicos, amparada de los mercados por su vínculo con Alemania. No valía la pena especular contra la deuda gala si el Bundesbank estaba detrás, aprendieron los especuladores ya en 1991, mientras devoraban la libra, la lira y la peseta. Los tories británicos no se han recuperado todavía de aquella humillación.
Hace unos días el bono francés a 10 años tenía por primera vez el mismo diferencial con el bund que Portugal. Por las mismas fechas, Meloni humillaba a Macron en el G7. ¿Mala suerte o el comienzo de una nueva época de menos importancia para Francia? Para un país acostumbrado a ser relevante, la mera duda debe producir serías preocupaciones a sus ciudadanos. Pensemos en los españoles de finales del siglo XVIII a punto de entrar en casi 200 años de declive.
Alemania se enfrenta a 3 shocks que no esperaba: Trump, Putin y Xi. El primero no valora la importancia alemana para diseñar la estrategia norteamericana para Europa. Polonia o Hungría pesan lo mismo para el expresidente norteamericano. Y ninguno de los dos países contemplan Alemania con reverencia. Putin ha preferido invadir Ucrania a ser el socio preferente en suministro de energía con Alemania. China, primer cliente comercial de Alemania, pretende comerse una parte considerable del mercado automovilístico europeo, que es principalmente germano. Todas las estrategias mundiales alemanas políticas, comerciales y energéticas exigen hoy una profunda revisión, como poco. La debilidad electoral de la actual coalición gubernamental no parece una buena base de partida. La derecha alemana lo es cada vez más, el segundo partido del país Alternativa por Alemania no es aceptable ni para Le Pen ni para Orbán. Háganse una idea.
Francia y Alemania, por razones distintas, están también en un momento de debilidad económica, tanto en manufacturas como en servicios. Francia sí tiene un modelo establecido de autonomía energética, pero su nivel de gasto público parece insostenible. Alemania tiene que replantearse su política energética, reconciliando con sus objetivos medioambientales. El primero se enfrenta a la necesidad de un ajuste fiscal que su población no acepta. El segundo debe responder a por qué sus empresarios prefieren invertir en el extranjero, lo que inevitablemente le llevara a replantearse su regulación fruto de 80 años de consensos entre el ordoliberalismo cristiano y la socialdemocracia.
Todo esto nos lleva a los demás a preguntarnos si la Unión Europea tiene futuro con estas dos crisis en su seno. Es cierto que mucho de lo que les pasa alemanes y franceses nos pasa a los otros europeos. Pero griegos, españoles y portugueses hemos aceptado cambios políticos y económicos dictados por una Comisión dominada por Francia y Alemania. Los nórdicos hacen sus reformas por impulso propio antes de aguantar semejante tutelaje. Franceses y alemanes están acostumbrados a dar recomendaciones e incluso órdenes. No a aceptarlas. Ya lo vivimos en el 2000, pero hoy los márgenes de maniobra son mucho menores.
Para Europa, Alemania es capital. Francia importante. Los primeros han sido claves para diseñar el mercado interior, la estabilidad monetaria y fiscal, los objetivos medioambientales desligados de las necesidades energéticas. Francia fue decisiva en el diseño de la Política Agrícola Común y la alternativa nuclear, industrial y militar. Casi nada. En su posible eclipse no parece que puedan ser substituidos por otros, eran la consecuencia de la historia de enfrentamientos europeos de al menos dos siglos. Nos estaríamos acercando al momento de la verdad de una UE entre iguales. Esto lo vemos distinto los países mediterráneos y del oeste, más disciplinados y respetuosos, que los miembros del este, menos agradecidos y más nacionalistas.
La previsible evolución hacia Asia y hacia dentro del gran socio norteamericano, verdadero impulsor y protector de la unidad europea, introduce una modificación del entorno muy relevante y nueva para la UE. Una reducción del liderazgo tanto dentro como fuera es siempre un momento crucial para una sociedad, todavía más en una institución plurinacional de 27 países. El nuevo Parlamento Europeo tendrá que lidiar con esta realidad, además del cambio climático compatible con sus necesidades energéticas y comerciales, una inmigración cada vez mayor, la dedicación de recursos al gasto militar, la falta de dinamismo económico, entre otras cosas. La tentación de seguir como de costumbre entre la cristiana democracia y la social democracia puede ser una vana ilusión de poco recorrido. Tampoco en estas disyuntivas estamos solos. Norteamérica quiere resolver estos mismos dilemas de la época con Trump o ahora parece que Harris. Puede que la UE lo tenga mejor.
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