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Gobernante

La verdad, manipulada por un mal gobernante, es el principio de la esclavitud. No existe la libertad si no está cimentada en la verdad

Un buen gobernante une al pueblo, no lo enfrenta. Gobierna para toda su nación, no solamente para quienes le votan. Su objetivo es el bien común, no el egoísta poder personal, por eso desea no sembrar cizaña en la sociedad que dirige. Los grandes líderes de la humanidad que han dejado huella en la historia, los mejores –de Martin Luther King a Mahatma Gandhi–, han creado caminos de concordia, han exhibido la unión y la justicia por banderas, contribuyendo a desarrollar el mundo. Los malos líderes desde la noche de los tiempos han hecho del odio el producto básico, el mínimo común denominador, de su legado. El buen gobernante busca hacer el bien entre sus gobernados sin esperar a cambio prebenda ninguna, incluida la de ostentar el propio poder, que es la máxima. Los buenos gobernantes, llegado el caso, han renunciado a ejercer el poder cuando consideraban concluido su cometido de contribuir al bienestar de su pueblo. Según Tomás Moro, el buen gobernante posee una virtud principal: busca la verdad, defiende la verdad, por contraposición al tirano, que la oculta y la niega, que infama y degrada la verdad para lograr sus propósitos. Estos ejes: el beneficio personal por oposición al beneficio general, la verdad como objetivo o la mentira como instrumento, definen de manera certera al gobernante, y permiten distinguir a quienes son buenos líderes de los pésimos gobernantes que hacen daño y perjudican a la ciudadanía. La verdad, manipulada por un mal gobernante, es el principio de la esclavitud. No existe la libertad si no está cimentada en la verdad. La mentira solo es la antesala, el preludio, del camino a la servidumbre. Nunca ha sido difícil distinguir a un mal líder de un buen gobernante. Únicamente la fe ideológica ciega el juicio. Por razones de adscripción política, los creyentes ideológicos justifican cualquier desmán en un gobernante (siempre que sea de los «suyos»). Aunque, como último recurso, cuando quedan dudas, hay un método infalible para saber si el gobernante es bueno o malo: «Por sus hechos lo conoceréis».