Letras líquidas

Gracias por dudar

Todo lo que sea susceptible de ser negociado lo será, pero los temores y las incertidumbres recientes sí permiten replantear un estilo de actuación que empieza a dar muestras de agotamiento

En tiempos de poses a veces se escapan ráfagas de honestidad. Un comentario sincero, directo, como pronunciado con la guardia baja, logra abrirse paso, se instala en los titulares y sobresale por encima de cualquier argumentario que intente, a posteriori, ocultarlo. El «así no se puede gobernar» de Yolanda Díaz fue la verbalización, rotunda, clara y expresa, de un interrogante que rodea, envuelve y asfixia la recién estrenada legislatura. Los pasillos del Senado se convirtieron la semana pasada en una especie de confesionario colectivo (laico, eso sí) en el que muchos de los perpetuos convencidos de las posibilidades de la gobernabilidad en el alambre reconocieron las grietas que van jalonando sus antiguas certezas. Y la incertidumbre se afianza como protagonista política.

Aunque de «pedros y lobos» (por el cuento, entiéndanme) hemos aprendido mucho en los últimos años, de amagos y amenazas, de «match point» y giros «in extremis» (que ya no encontramos formas de calificar lo que nos pasa), es cierto que el funambulismo parlamentario exhibido para intentar aprobar los tres decretos ha superado a cualquier crisis agónico-negociadora previa. Y al retratar también la verosimilitud del colapso el caos legislativo puede marcar un punto de inflexión en los modos políticos. Sin un ápice de ingenuidad ya, a estas alturas de la partida entre Moncloa y Waterloo, el factor incontrolable se mantiene ahí: la complejidad aritmética para sacar adelante cualquier propuesta sigue y los socios, algunos más que otros, seguirán tensando la cuerda. Todo lo que sea susceptible de ser negociado lo será, pero los temores y las incertidumbres recientes sí permiten replantear un estilo de actuación que empieza a dar muestras de agotamiento.

El récord de ser el gobierno que más decretos ha aprobado desde el 78 se batió ya hace meses, no es ninguna novedad; tampoco lo es haber «semivaciado» el papel del Legislativo al aligerar a Congreso y Senado de su labor de escenario de propuesta y debate: el estilo de atajos normativos, de textos que llegan a la Carrera de San Jerónimo con sus puntos y comas parecía bendecido, pero el último enredo ha arrollado la estrategia consolidada. El desahogo de Díaz contenía, además, una pregunta, que ya no es, ni siquiera, si esas costumbres y maneras son legítimas o deseables, sino que se limita al pragmatismo de cuestionarse si seguirá siendo viable. Aunque la vorágine parlamentaria no vaya a traer más que capas de maquillaje con las que disimular la permanente extorsión, hay que agradecer, al menos, la consideración de la duda. Si ya lo cantaba Bowie.