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Editorial

Una guerra sin final como el peor horizonte

La guerra ha pasado ya una factura terrible en vidas perdidas y familias rotas en esa Ucrania mártir que resiste gracias a una voluntad tan emocionante y noble como dolorosa

Se cumplen dos años desde que los blindados rusos penetraron contra todo derecho internacional en el territorio soberano de Ucrania con el propósito de convertirlo en un estado satélite de Moscú. Se trataba de poner bajo el yugo del Kremlin a un país de carácter estratégico en lo político y lo económico, en buena medida por su emplazamiento geográfico y por el sesgo proeuropeo de la mayoría de su sociedad y de sus líderes. Lo que fue planeado como una operación relámpago se tornó una guerra de desgaste que devolvió al mundo al enfrentamiento entre bloques en el marco del inveterado pulso entre Washington y Moscú. Occidente tomó partido por la causa de la restitución del derecho internacional violentado, el restablecimiento de la integridad ucraniana y la primacía de la libertad con un grado de intervención en todos los órdenes que pretendía ser determinante, aunque sin acción directa ni hostil. El esfuerzo de guerra de Kiev ha sido extraordinario, alentado por un relevante soporte logístico, armamentístico, económico y de inteligencia de las democracias, especialmente de Estados Unidos, pero también esa dependencia inevitable ha incidido en los aprietos en los frentes de las fuerzas de Zelenski en cuanto el apoyo se ha resentido bien por vacilación política o por fatiga financiera de las cancillerías aliadas. Y al contrario, Putin ha aplicado su poder absoluto en el país al servicio de una maquinaria bélica que ha tardado en engrasar, pero que poco a poco ha sido capaz de frenar los ánimos ucranianos y de pasar a la ofensiva con éxitos importantes en las últimas semanas tras un primer año calamitoso. Ha quedado claro que la verdad es la primera víctima de la guerra y que a veces la propaganda genera ilusiones insostenibles y nocivas. En estos dos años de contienda se han sucedido errores de bulto que han conducido al estancamiento. Ni Ucrania era una víctima propiciatoria ni Rusia, un gigante con los pies de barro, que caería de bruces por la asfixia y la soledad provocadas por las sanciones económicas impuestas al Kremlin, la incompetencia de sus mandos y la patética planificación e inteligencia en la crisis. Ha quedado patente que Moscú cuenta con poderosos aliados y que su estructura y actividad económicas han resistido mejor de lo que habían presagiado los gobiernos occidentales. La guerra ha pasado ya una factura terrible en vidas perdidas y familias rotas en esa Ucrania mártir que resiste gracias a una voluntad tan emocionante y noble como dolorosa. Lo hace ante un autócrata feroz y despiadado, que ha sacrificado a decenas de miles de soldados en el altar de su ambición, que no ha vacilado en eliminar toda voz disidente como la de Navalni y que se ha convertido en el gran enemigo de la libertad y la paz. Una guerra que se eterniza nos embiste como el peor escenario. Hay quien piensa que es mejor un acuerdo insuficiente que un conflicto sin final. Y entonces toca recordar a Churchill: «Os dieron a elegir entre el deshonor o la guerra. Elegisteis el deshonor y ahora tendréis la guerra».