Tribuna

La guerra en Ucrania y los cambios geopolíticos dentro de la UE (y II)

La lección que proyecta la guerra en Ucrania es la acuciante necesidad que tienen los países comunitarios, incluida España, de trabajar en el establecimiento de políticas de Estado para la atracción y generación de recursos económico-financieros para garantizar la seguridad nacional en un contexto internacional agitado

La invasión de Rusia a Ucrania ha acelerado cambios políticos a escala global de indudable trascendencia. Por cercanía geográfica y tradicionales vínculos de interdependencia económica, comercial y energética, los países europeos son –aunque de manera desigual entre ellos– quienes están llamados a afrontar un horizonte más incierto. Esta circunstancia, es decir, el tránsito de un escenario internacional dominado por una lógica geoeconómica a otro de carácter geopolítico, obliga a la UE y sus Estados miembros, en general, y a España en particular, a redefinir sus respectivos intereses nacionales.

Desde antes del inicio formal de la guerra en Ucrania los países occidentales, particularmente los Estados miembros de la UE y los países de la OTAN, se vieron en la tesitura de implementar una serie de acciones de manera coordinada para oponerse a la invasión rusa. Dicha respuesta coordinada tuvo, en su origen, una lógica disuasoria: desincentivar el recurso a la guerra mediante la imposición de costes políticos, diplomáticos, económicos y comerciales. Y, en el caso de que no fuera posible evitar el estallido de la guerra, la premisa dominante entre los países miembros de la UE y la Alianza fue que se trataría, en cualquier caso, de un conflicto bélico de corta duración. Es decir, una guerra relámpago para la cual la respuesta coordinada occidental encajaría bien.

La guerra en Ucrania ha reforzado el vínculo euro-atlántico, pero la prolongación en el tiempo de este conflicto ha hecho aflorar, como es lógico, diferencias en las visiones y las prioridades estratégicas, especialmente entre los Estados miembros de la UE. Lo cierto es que no son pocos los países que empiezan a padecer los perjuicios que las visiones estratégicas imperantes les generan en el ámbito doméstico. En el corto plazo, se ven abocados a afrontar la natural fatiga social. En el medio y largo plazo, corren el riesgo de ver cómo las actuales visiones estratégicas imperantes pueden terminar alejándose de sus respectivos intereses nacionales permanentes.

En el marco de la UE, cada vez más fragmentada, la prolongación de la guerra en Ucrania no hará sino reforzar la proliferación de esquemas de cooperación de tipo informal, no institucional, que se añadirán a otros ya existentes en el espacio comunitario. Es preciso reseñar, en este contexto, la reciente iniciativa lanzada por Alemania para repensar el proceso de toma de decisiones en materia de Política Exterior y de Seguridad Común (PESC). El objetivo fundamental de la iniciativa alemana –que reúne en su conjunto a nueve países, entre ellos, las cuatro principales economías de la UE– es avanzar en la agenda comunitaria de sustituir la cláusula de la unanimidad por el voto por mayoría cualificada en el ámbito de la PESC.

Sin perjuicio de la necesidad de la UE, como actor con vocación global, de dotarse de un sistema que agilice el proceso de toma de decisiones en materia de la PESC, resulta difícil sustraerse al hecho de que se trata de una iniciativa en la que no toman parte países con una sólida proyección política dentro de la UE, como es el caso de Polonia, Hungría, República Checa o Suecia, entre otros. La guerra en curso en Ucrania ha hecho visible no solo esta división, sino la tendencia generalizada que presentan los países del Este para alcanzar –mediante su revalorizado estatus dentro de la OTAN– posiciones de mayor relevancia estratégica dentro de la UE.

Algunos de los países arriba citados están llamados a jugar un rol preponderante en la futura arquitectura de seguridad europea. El caso concreto de Polonia no deja de ser paradigmático. La guerra en Ucrania le ha brindado a este país la ocasión para ensayar una estrategia de reafirmación para ganar peso en el espacio comunitario, antagonizando con el liderazgo de Alemania y Francia, en menor medida. En términos menos inmediatos, todo hace pensar que a la larga Polonia será también un competidor directo de España no solamente en materia de recepción de fondos europeos, sino en capacidad de atracción de inversiones industriales, a través de la «Iniciativa de los Tres Mares».

Llegados a este punto, es preciso preguntarse si, ante este escenario de división y elevada competencia dentro del bloque comunitario, los países del sur deben articular algún tipo de esquema de concertación propio. Uno que sirva para atraer y colocar recursos en sus respectivos tejidos industriales y constituya, en el marco de la UE, un sano equilibrio respecto a otras iniciativas. Todo ello en un momento en el que la guerra en Ucrania ha puesto de relieve la importancia de los sectores industriales.

En definitiva, la lección que proyecta la guerra en Ucrania es la acuciante necesidad que tienen los países comunitarios, incluida España, de trabajar en el establecimiento de políticas de Estado para la atracción y generación de recursos económico-financieros para garantizar la seguridad nacional en un contexto internacional agitado.