Apuntes

Se me va a hacer cuesta arriba votar al PNV

Lo de Bildu está descartado, que parecen suecos de los de antes

Entre mis planes de futuro está el mudarme a una pequeña aldea vasca, que ya no está uno para aguantar los sobresaltos de la vida moderna, con sus cacerías mediáticas y sus agotadores debates sobre identidades varias. Además, en un pequeño pueblo, en estrecho contacto con la naturaleza, supongo que percibiré antes que nadie los efectos del calentamiento global y podré llegar al refugio del sótano con rapidez, que ya se sabe que, luego, las autopistas se colapsan, la gente se vuelve salvaje y siempre acaba perdiéndose el adolescente de la familia, más ocupado en desafiar la autoridad paterna que en la supervivencia. Aunque es cierto que, a veces, en los apocalipsis se liga, no creo que les merezca la pena correr el riesgo (hay que ver el daño que han hecho las belarras a los ánimos masculinos) de quedarse atrás mientras el cambio climático se te viene encima.

Ahora bien, como se trata de una aldea pequeña, de esas en las que todo el mundo se conoce, y uno no quisiera pasar por el típico españolazo votando al PP o al PSOE, tengo serias dudas entre elegir la papeleta de Bildu o la del PNV. Hombre, con la primera y con la parienta con el corte de flequillo al hacha, tienes la ventaja de una inmediata integración, que lo del vascuence no significa grave problema porque ya se sabe que los caseros hablan más bien poco entre chiquito y chiquito, los domingos, y el resto de la semana están a las vacas o al maíz. El problema que le veo a Bildu es que me parecen poco vascos, empeñados en ese nuevo look progresista e internacionalista y metidos en esas cosas nuevas del feminismo, del animalismo y de salvar el planeta, que ya uno duda de que quede en pie alguna cuadrilla de las de chuletón y rioja. Además, los tíos llevan pendientes. En realidad, parecen suecos, pero de los de antes, no de los que le hacen la pelota a Erdogán.

Quedaría, pues, la opción de votar al PNV, partido de solera, con pocos sobresaltos y, sobre todo, de los que cuando organizan un acto político puedes ir en coche a la campa. Además, me gusta el uniforme de txapela y chubasquero rojo que me recuerda a una vieja foto del carlistón de mi bisabuelo. Por no hablar de la merluza al pincho del batzoki de Pasajes y de la actitud previsora de sus votantes, que se adelantaron al «sí es sí» con las sociedades solo para hombres. Ahora bien, leo por ahí que el lendakari Urkullu ha planteado una especie de confederación de pueblos en un estado plurinacional y laicista. Me plantea serias dudas porque un estado laico lo entiendo, pero «laicista», viniendo de un partido que tiene el lema de «Dios y las leyes viejas» parece un contrasentido. Que no hemos hecho tres guerras carlistas, no hemos quemado estaciones de ferrocarril porque eran símbolos del progreso y no nos ha fusilado Franco una docena de curas para que nos pongamos a proclamar un laicismo militante. En Yolanda Díaz, pues se entiende, que lo mismo aplaude al Papa que exige la suspensión de las clases de religión, pero en el PNV, un partido de tan hondas tradiciones, suena fatal. El caso es que se cierran las opciones. A ver cómo te presentas en la urna de la aldea, que sólo hay una y la mesa con las papeletas la ponen delante, con la boleta del PNV y sin pendiente. Sí, se me va a hacer muy cuesta arriba votar a Urkullu. Pensándolo bien, me quedo en Portugal, que también llueve y las lubinas son de aúpa.