Cargando...

Aquí estamos de paso

No hay nadie más allá 

No cabe esperar que esta izquierda sectaria y desnortada sea capaz de entender el momento histórico

Los compromisos inquebrantables de la izquierda formal y ortodoxa se agrietan cuando se asoman al abismo de la pérdida del poder. Podemos era mucho de coger la puerta, dar un portazo y quedarse dentro. Sumar, que es la herencia atemperada y papista de aquellos vigorosos revolucionarios de chino de esquina, parece abrazar también esa estrategia de protesta, ruido y desgarro de vestiduras pero con cuidado de no tirar tanto del hilo que se vayan a quedar fuera. Los más ingenuos hablan de nuevo enfrentamiento en el gobierno, pero eso es un eufemismo, un disfraz para dar carrete a una protesta que atempere la justa ira de un electorado que no quiere ver a los suyos como en realidad están, sometidos al criterio estratégico del gobierno del que forman parte sin pinchar ni cortar más allá de cuestiones facilonas y poco comprometidas. Cuando se trata de política de país, de compromiso internacional, de alineamiento con el mundo del que formamos parte, no solo no se les tiene en cuenta, sino que parece importar muy poco que echen espuma por la boca. Porque es solo eso, espuma. Falta valor para aplicar la coherencia y abandonar el gobierno. Sobra gusto por el poder, acaso con la esperanza de que desde ahí arriba vuelvan a recuperar el territorio que un día acariciaron después de tantos sueños. Una izquierda consistente y severa, convencida de que sus principios son intocables y comprometida en la defensa del mundo en que creen, no aceptaría ablandarse en un poder político cuya dirección no solo no controlan sino que a menudo navega por terrenos pantanosos o directamente impracticables para ellos. Y abandonarían el gobierno. Si de verdad tuvieran principios ejercerían su opción más coherente, que es dar un portazo hacia afuera, no hacia dentro. Pero no lo harán. Dicen que porque un hecho así en este momento debilitaría al gobierno de progreso hasta el punto de abrir la puerta a la derecha. Y se quedan. Y tragan. Protestando, sí; haciendo oposición al gobierno desde el propio gobierno; mostrando una imagen ante el mundo en general y su propio electorado en particular, de interesado conformismo, de debilidad extrema de carácter y principios, que son las debilidades más inaceptables en alguien que se supone aspira a liderar un mundo mejor.

La incoherencia de una izquierda que sigue de perfil ante la guerra en Ucrania, como si Moscú fuera aún la capital de la Unión Soviética y Putin la encarnación del líder internacionalista de los nuevos tiempos, y que despide al Papa Francisco como el apóstol de la nueva Iglesia de izquierdas, pese a que su disposición y reformas no han movido un milímetro preceptos de la moral católica como el rechazo a la homosexualidad o el aborto, cristaliza con claridad meridiana ante el necesario rearme de España en estos tiempos inciertos. Europa debe afrontar con decisión y valor la traición de su principal aliado occidental y prepararse para la defensa como nunca antes había hecho. No cabe esperar que esta izquierda sectaria y desnortada sea capaz de entender el momento histórico. Pero si se le puede pedir, como a cualquier hijo de vecino, que se aplique con responsabilidad y coherencia. Si le falta visión, que tenga al menos entidad y eleve su autoestima. El gelatinoso conformismo que vuelve a revelar es aún más pernicioso para el futuro de la izquierda, de toda la izquierda, que el puñetazo en la mesa y el golpe de dignidad. Permitiría al menos pensar que hay alguien más allá de la izquierda del Psoe.