Letras líquidas

No hay plata

Los excesos y las adhesiones inquebrantables a uno y otro lado de la ideología quedan invariablemente reducidos a la prosaica necesidad de reconducir la quiebra

Muchos ciudadanos han entrado en «coma catódico» y permanecen en el hospital conectados, a través de sus sueños, a los mismos canales de televisión que antes no podían dejar de mirar; otros han quedado atrapados en sus viviendas, sin intimidad, convertidas ahora en vías de paso para moverse en una ciudad en la que las calles, anegadas, son intransitables; hay epidemias, violencia, esclavitud. Regresiones continuas. Y la intemperie. Ese algo que se va extendiendo y ocupando todo el espacio en «El año del desierto», retrato de Mairal sobre la eterna crisis argentina, y novela de culto por allá, que tan bien cataliza «las consecuencias funestas de años de políticas populistas», como reconoce uno de sus personajes. Y, aunque no es cuestión de recurrir permanentemente a la distopía para explicar lo que nos ocurre, ni apelar al apocalipsis a cada contratiempo o esperar el fin del mundo, aderezado con múltiples aspavientos, después de cada aprieto colectivo, la ciencia ficción sí puede actuar como referente exagerado que alerte de los males que atenazan a las sociedades actuales.

Y con el ejemplo argentino, paradigma demagógico, tan observado estos días por la victoria del sin par Milei, procede replantearse los límites en los comportamientos públicos y la «política-show». Porque detrás de soluciones mágicas, décadas de herencias peronistas y posperonistas, histrionismos concatenados, fuegos verbales cruzados al estilo grada de un Boca-River, saludos de peinetas-Kirchner o declaraciones de amor a mascotas fallecidas, más allá de todo eso, los excesos y las adhesiones inquebrantables a uno y otro lado de la ideología quedan invariablemente reducidos a la prosaica necesidad de reconducir la quiebra y gestionar bajo los rigores de la motosierra, tutelados por la inflación desbocada. Que, si quitamos el adorno y la frivolidad, al final, después del «entertainment» lo único que queda es que «aquí no hay plata». Para qué distopías.