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Tribuna

Hijo de San Agustín

San Agustín exige una actitud moral elevada, evitando el odio y buscando siempre el bien común

Hijo de San AgustínRaúl

En su primer mensaje, el papa León XIV expresó, de forma sintética pero significativa, algunas ideas sobre su pensamiento, entre las que destacamos: la paz como idea central y su declaración como «hijo de San Agustín», ambas cuestiones estrechamente relacionadas.

San Agustín (354–430 d.C.) es considerado uno de los Padres de la Iglesia; fue de los teólogos y filósofos más influyentes del cristianismo antiguo, y aunque la idea de la «guerra justa» (bellum iustum) hunde sus raíces en la Antigüedad y la Edad Media, su formulación más influyente se debe a San Agustín. Su pensamiento marcó un punto de inflexión entre el pacifismo cristiano primitivo y una ética cristiana más realista, que reconocía la posibilidad de una guerra moralmente legítima bajo ciertas condiciones.

Durante los primeros siglos del cristianismo, la postura general frente a la guerra era esencialmente pacifista. Personajes de la época consideraban la guerra como un acto de homicidio masivo, incompatible con los valores del cristianismo, y rechazaban incluso el servicio militar romano, no solo por su violencia, sino también porque implicaba rendir culto a los dioses paganos y al emperador como divinidad.

Este pacifismo inicial fue cediendo gradualmente con la consolidación del cristianismo como religión oficial del Imperio romano. La necesidad de articular una ética cristiana viable en un contexto político complejo y violento llevó a los teólogos a reconsiderar la licitud de la guerra. En este giro teológico, San Agustín fue fundamental.

En su obra «La Ciudad de Dios» («De Civitate Dei»), San Agustín desarrolla su visión del mundo, señalando que la paz es el ideal supremo al que deben aspirar todas las sociedades y sostenía que la paz no era un simple anhelo del hombre, sino un atributo de Dios, por lo que los cristianos estaban obligados a perseguirla. Sin embargo, reconoce que el pecado y la corrupción (la maldad) hacen que la guerra, aunque indeseable, pueda llegar a ser necesaria.

El obispo de Hipona consideraba que no todas las guerras son inmorales. Si bien la violencia es un mal, hay casos en que puede ser el único medio para preservar el orden justo y proteger a los inocentes. Introduce la noción de «guerra justa», una guerra que, aunque dolorosa, es moralmente justificable si cumple ciertos requisitos éticos.

Para San Agustín, la justicia es el principio rector que legitima una guerra. Según él, una guerra solo puede considerarse justa si tiene como finalidad corregir una injusticia manifiesta, como por ejemplo una agresión externa o actos de violencia innecesarios. Negar la posibilidad de una guerra justa equivaldría a permitir la impunidad del agresor y a abandonar a su suerte a las víctimas y a los inocentes.

San Agustín no elabora un sistema tan detallado como lo haría más adelante Santo Tomás de Aquino, pero sí sienta las bases conceptuales: I) ser declarada por una autoridad legítima, II) tener una causa justa (por ejemplo, defensa propia o reparación de una injusticia) y III) ser llevada a cabo con recta intención (restaurar la paz y el orden, no por odio o venganza).

Introduce un elemento profundamente cristiano en su teoría de la guerra: incluso en combate, el cristiano debe actuar guiado por el amor caritativo. La guerra justa no es venganza ni ambición, sino un medio extremo para restaurar la paz y proteger a los inocentes inspirado en el Evangelio, especialmente en el mandato de amar al prójimo (enemigo).

San Agustín exige una actitud moral elevada, evitando el odio y buscando siempre el bien común. Para él, la guerra es una dolorosa concesión ante un mundo marcado por el pecado, pero puede ser moralmente aceptable si se conduce con prudencia y un propósito justo. Aunque mantiene el pacifismo como ideal, reconoce que no siempre es viable. Su pensamiento deja como legado una ética exigente que legitima la guerra solo bajo condiciones muy estrictas, anticipando acciones propias del actual ius post bellum.

San Agustín fue el pionero en conciliar la doctrina cristiana con la legitimación moral de ciertos conflictos armados. Su influencia sería enorme en la tradición cristiana posterior, especialmente con respecto a la «guerra justa», que ha sido uno de los más notables aportes del cristianismo a la humanidad. Santo Tomás de Aquino sistematizó y racionalizó estas ideas en la «Suma Teológica», y su pensamiento influyó en la Escuela de Salamanca, especialmente en teólogos como Francisco de Vitoria, Domingo de Soto y otros muchos no menos importantes, quienes adaptaron la teoría de la guerra justa a nuevos contextos como la conquista de América y el derecho internacional.

Con estos antecedentes, resulta razonable esperar que León XIV, como venerable «hijo de San Agustín», se muestre especialmente sensible en su defensa de la paz mundial, adopte una postura explícitamente crítica frente a las guerras –y en particular frente a las de agresión–, y se erija en protector de sus víctimas inocentes.

Tomás Torres Peral. Academia de las Ciencias y Artes Militares. Coautor de «Guerra Justa en el siglo XXI»