Apuntes
La Hispanidad, ese gran invento
Hicimos otra España allende el mar. Ahora, sus hijos viven entre nosotros y rezan al Cristo de todos
El Viernes Santo cumplí con mi deber de concejal consorte y acompañé la procesión del Cristo de los Remedios y de la Virgen de la Soledad, que recorre el casco urbano de mi pueblo, Majadahonda, entre la iglesia de Santa Catalina y la ermita del Cristo. Banda de Música, el jefe de la Policía Local de impecable uniforme, himno nacional a la entrada y salida de las imágenes, «alzadas hasta el cielo» de los pasos, con las encomiendas a Nuestra Señora de vecinos enfermos o con familiares recién fallecidos, «baile» de las tallas a hombros de esforzados y esforzadas cofrades, reacias al relevo aún después de cuatro horas de marcha, y el padre Paco, el párroco de Santa Catalina, bendiciendo y pasando por el manto de Nuestra Señora a los recién nacidos. De entre los penitentes, observé que buena parte habían llegado de allende el Atlántico, de Ecuador, Colombia, Perú, Santo Domingo... Que se desenvolvían con la familiaridad de lo que les era propio y que los padres de todos los niños ofrecidos a la Virgen aún guardaban ese aire americano tan definido, esos acentos de mil matices que suenan, cadenciosos, desde el Bravo del Norte, y más arriba, hasta el Cabo de Hornos. Veo a sus hijos cómo, poco a poco, lo van perdiendo y cómo los adolescentes modifican insensiblemente su manera de vestir, más a lo Zara que a las lycras apretadas, aunque la transferencia en ambos sentidos, cosas del colegio y de los estragos del reguetón, es inevitable.
En mi pueblo, cada vez hay más negocios de hostelería latinos y para los latinos, por más que, la economía manda, sean gentes de pasar el rato en la calle, en los parques o la puerta de casa, que es lo que hacíamos los españoles no ha pasado tanto tiempo. Majadahonda es un híbrido de ciudad dormitorio y pueblo de toda la vida, con un centro urbano muy definido, a la antigua, en el que las casas levantadas con el plan de «regiones devastadas» del franquismo se fueron sustituyendo por edificios de tres y cuatro plantas, funcionales, pero que no hubieran ganado, precisamente, un premio del Colegio de Arquitectos. Pero tiene una Gran Vía peatonal esplendorosa, repleta de restaurantes y de bares, que no tienen nada que envidiar a las «zonas húmedas» de Granada, Zaragoza o Bilbao. Luego, están los centros comerciales de ese nuevo urbanismo de bloques encerrados sobre sí mismos, con muros a la calle, que empiezan a convertirse en meca de la gastronomía, pero de la gastronomía cara y «chic», con representación de las mejores cadenas. La verdad es que no sé cómo se las arreglan nuestros vecinos hispanoamericanos para conseguir una vivienda, supongo que muchos vivirán en pisos compartidos del centro, pero no verán en mi pueblo más mendigos que los dos que tenemos censados, y uno de ellos, drogadicto, desciende de la nobleza patria.
Tampoco hay graves problemas de convivencia, tal vez, algunos excesos musicales. Contribuye a la paz ciudadana que la Policía Local es competente y muy profesional, y tenemos puesto de la Guardia Civil. No se ven casi esas estéticas pandilleras de otros pueblos y ciudades de la comunidad, los delitos, sobre todo robos en domicilios, se contienen razonablemente, y las agresiones con violencia son casi inexistentes. Y no es fruto de la suerte. Hicimos otra España, variopinta y mestiza al otro lado del mar. Ahora, sus hijos viven y trabajan entre nosotros y el Viernes Santo les vi rezar al Cristo de todos.
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