
El trípode
Hoy es Navidad
La respuesta la tenemos en el Niño Jesús cuyo nacimiento a esta vida terrenal recordamos hoy
Hoy es un día que marca un antes y un después en la Historia de la humanidad. De hecho, y como es sabido, gran parte del mundo registra el tiempo contándolo como el anterior al día de hoy (aC) y después de hoy (dC) –«antes de Cristo y después de Cristo»–. No necesita excesiva explicación por tratarse de una Solemnidad que pertenece por derecho propio a nuestra civilización Occidental que se fundamenta y se alimenta de la cultura, creencias y valores revelados por quien nació hace 2024 años en un establo a las afueras de Belén de Judá. Sembró las raíces de las cuales nació la Cristiandad, hoy la Europa que se extiende «desde el Atlántico hasta los Urales».
El nacimiento de Jesús, el Mesías profetizado y esperado por los judíos, no vino en gloria y majestad como el Rey de Israel que deseaban, un poderoso entre los grandes de este mundo. Lo hizo con absoluta humildad porque su Reino no es todavía de este mundo y la gloria que predicó durante sus treinta y tres años de vida pública es para disfrutar de la otra vida en la eternidad junto a Dios, que es Amor. Por eso «nos creó a su imagen y a su semejanza», a diferencia del resto de las criaturas, haciéndonos hijos adoptivos suyos: porque el Amor necesita entregarse. «Sus caminos no son los nuestros ni nuestros juicios son los suyos» y así un mundo racionalista como el actual ha dado la espalda a Quien nos creó y nos mantiene con vida para que utilicemos la libertad siguiéndole a Él y hagamos méritos para aprobar el juicio al final de nuestra vida terrena y ganemos el Cielo.
Este mundo, cada día más descristianizado, ha perdido el sentido de la existencia, es decir, entender «porqué y para que hemos sido creados», navega entre las procelosas olas de la mundanidad, intentando encontrar una respuesta a esa pregunta en los placeres del mundo o evadiéndose lastimosamente en la droga. Esa ignorancia acerca del sentido de nuestra vida provoca una desorientación existencial que está en el origen de demasiada gente tristemente insatisfecha y perdida.
La respuesta la tenemos en el Niño Jesús cuyo nacimiento a esta vida terrenal recordamos hoy. El Hijo Unigénito del Padre Dios, se hizo hombre para abrirnos la puerta del Cielo que permanecía cerrada desde el pecado original de nuestros primeros padres que hirió a la naturaleza humana que había sido creada para la inmortalidad y disfrutando junto a Dios en el Paraíso terrenal. Desde la Cruz, esa puerta ya está abierta para todos los hombres de buena voluntad y que intentan seguirle.
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