Cuartel emocional

Hoy no podemos hablar

Me quedo con Vinicius y desprecio a quienes lo defienden desde lo político invocando un fascismo fuera de lugar

Hoy no podemos hablar ni echar pestes de Sánchez, ni comentar los intentos de pucherazo al más puro estilo bolvariano sin correr el riesgo de que nos retiren el artículo, o nos pongan una multa o de patitas en la calle, o, como mínimo, nos den un tirón de orejas. Yo tenía una profesora histérica que retorcía la oreja con toda la mala leche que confería ser miope, muy miope, y así me quedó para los restos, oreja blandita y un poco colgona, como un chicle muy mascado. Pero, mira, que todos los males sean esos. Podemos hablar de Vinicius, aunque es ya un tema que huele a puchero enfermo. Le insultan y se meten con el color de su piel porque es el mejor, el que más goles mete, y eso, a los seguidores de equipos contrarios, les cuesta tolerarlo. Si fuera del montón, o descargara barcos en el muelle de cualquier puerto –Pasajes, Bilbao, Santander o Gijón, un suponer-, no harían caso a su negritud. Ha sido además una marioneta genial para sacar en mítines y tener un pretexto para pronunciar la palabra que más ama el rojerío: fascismo. ¡Hasta Lula da Silva desde Brasil habló de fascistas! Me pregunto si conocen su significado. Pero la naturaleza de las gentes es asquerosa y despiadada, tanto en lo físico como en lo moral. Por tanto, me quedo con Vinicius y desprecio a quienes lo defienden desde lo político invocando un fascismo fuera de lugar. Racismo, quizá, pero, sobre todo y por encima de todo, solo podemos hablar de envidia, el mal hispánico de la rabia por no ser como el de enfrente, que es mucho mejor que nosotros, o tiene más que nosotros. Allá ellos, porque sufren bastante más que quienes carecemos de ese innoble sentimiento.

Me encanta mi mesa llena de papeles reutilizados. Tengo verdadera obsesión por el reciclaje y a veces me pregunto si no existe ahí un componente de roñosería o de síndrome de Diógenes del papel. No echo al cesto ni uno solo donde haya una esquinita para escribir algo. Muchos los he utilizado ya como posavasos, pero, aun así, escribo en ellos encima de los cercos que han dejado los cafés o tés que me gusta tomar mientras trabajo buscando datos que a veces se me quedan difusos o que había medio olvidado en momentos en que no paran de hablar de inteligencia artificial. Tan artificial y tan falta de sensibilidad animal, aunque sea irracional. Yo me entiendo. Ahora las empresas te ofrecen un servicio postventa llamado chatbot en que te dan la vara para averiguar si estás contento con tu compra, etc. No me parece mal. Lo hacen hasta en los hospitales para mejorar la calidad de la atención recibida. Algunas gentes se cabrean y dicen que sólo sirven para hacer aún más ricas a las empresas de chips ¡Pues mejor para ellas! A mí, que se genere riqueza no me da ningún asco, todo lo contrario, mejor irá el mundo, mejor nos irá a todos, en definitiva. Me disgusta, en cambio, la bancarrota de Vice Media, el grupo periodístico que llegó a convertirse en leyenda con un valor en mercado de 50.000 millones de dólares. De sus más de tres mil trabajadores, varios cientos se van a la calle.

CODA. Remato felicitando con una gran dosis de ternura a la infanta Sofía por su confirmación, una adolescente con pinta de lo mismo, con cara de buena gente, de ir bastante a su bola (espero que así sea), con cierto carisma, cualidad fundamental en una persona, mucho más que la belleza, y con sonrisa inteligente. Me pica la curiosidad por saber qué quiere hacer con su futuro, porque no la veo de figura decorativa, la imagino en alguna ingeniería o por ahí. El tiempo nos lo dirá.