Tribuna

Israel, la democracia amenazada

Los jaredíes, aquellos que temen o tiemblan ante Dios, consideran que la Torá es el manual de instrucciones del mundo y que no hay ley terrenal que esté por encima

Ni Irán ni Hamás son la verdadera amenaza a la democracia israelí. Ambos son factores de desestabilización en la región pero no de amenaza a una sociedad democrática que, sin embargo, tiene a su verdadero enemigo en el mismo corazón, en su capital histórica. Jerusalén. Ni Irán ni Hamás son tampoco suficientemente poderosos para erigirse en una real amenaza militar. Nada tienen que hacer frente a la maquinaria militar de las Fuerzas de Defensa de Israel que cuentan, por si fuera poco, con el respaldo de Estados Unidos. Un apoyo que sólo puede ir a más si se da el caso de que Trump superase a Biden y recuperara la presidencia de Estados Unidos.

Israel libra hoy una guerra sin cuartel en Gaza que se ha llevado ya por delante la vida de más de 35.000 residentes. En comparación, el número de bajas israelíes es insignificante en esta contienda. Menos de 300 cientos en las operaciones de castigo a lo largo y ancho de la Franja desde que se iniciara la ofensiva el 27 de octubre de 2023. Y en paralelo Israel, prueba de su poderío militar, se permite ataques selectivos a objetivos del régimen de los ayatolás mientras estos con sus contraataques sólo demuestran su debilidad tecnológica. No han hecho ni cosquillas en suelo israelí.

El verdadero enemigo de la democracia liberal que brilla en Oriente Próximo por su singularidad (rodeada de regímenes totalitarios) reside en el fundamentalismo teocrático que no deja de ganar peso político gracias al crecimiento imparable de la comunidad ultraortodoxa que vive bajo reglas (los 613 mitzvot o madamientos) a menudo completamente ajenas a los valores democráticos más elementales de la Unión Europea. Están por todo Israel pero sobre todo se concentran en Jerusalén, en los barrios de Mea Shearim, Geula y Bujarim. El otro gran barrio ultraortoxo está en las afueras de Tel Aviv, en el barrio-ciudad de Bnei Brak, con cerca de 160.000 habitantes, la inmensa mayoría jaredíes. Es además la ciudad más densamente poblada de Israel y también la más pobre en consonancia a la pobreza característica de estas comunidades que viven mayormente a expensas de los subsidios del estado. Son ciudades en blanco y negro, como su característica indumentaria, las de los hombres barbudos con sus patillas y tirabuzones de significado también religioso. Las mujeres jaredíes llevan peluca, ocultan su cabello natural, y son las que sostienen a la familia, tanto por lo que se refiere al cuidado de los hijos como de lograr algunos ingresos mientras ellos dedican el tiempo a reuniones masculinas y al estudio perpetuo de la religión en sinagogas u otro tipo de encuentros religiosos. Los jaredíes son, así mismo, contrarios al trabajo productivo. Pues bien, suman ya más del 13 por ciento de la población de Israel y se estima que en poco más de diez años uno de cada cinco israelís será ultraortodoxo.

Los jaredíes, aquellos que temen o tiemblan ante Dios, consideran que la Torá es el manual de instrucciones del mundo y que no hay ley terrenal que esté por encima. Van camino de ser mayoritarios en la misma ciudad de Jerusalén, son cada vez más, tienen una media de siete hijos por mujer y no dejan de expandirse territorialmente con una actitud separatista y a menudo hostil contra el resto de la sociedad. Cuentan con enormes privilegios desde la declaración de independencia en mayo de 1948. Y también desde entonces tienen el control civil del matrimonio, una concesión que arrancaron del socialista Ben Gurión, que fue el primero en concederles atribuciones. Incluso suya es la victoria de impedir que Israel se dotara de una Constitución. Por eso incluso hoy tienen la potestad de regir aspectos de la vida del resto de los ciudadanos como los enlaces matrimoniales. Los matrimonios deben ser religiosos y los ofician los rabinos. Al punto que un matrimonio civil sólo puede celebrarse recurriendo al extranjero. O en embajadas o consulados. Por tanto, tampoco están permitidos los matrimonios entre personas del mismo sexo puesto que el Gran Rabinato no lo permite. La oposición a la homosexualidad también es una de sus características y han protagonizado actos públicos contra el Día del Orgullo Gay.

Los jaredíes rechazan el servicio militar, del que están exentos. Dicen rechazar la violencia como instrumento para imponerse o de coacción. Pero lo cierto es que algunas de sus comunidades han protagonizado numerosos episodios de enfrentamientos violentos internos, entre diferentes grupos jaredíes, y que no es raro que haya intentos de agresión si observan a un judío no jaredí contradecir sus mandamientos, como por ejemplo conducir en coche durante el Shabat. En sus inicios, los ultraortodoxos eran antisionistas, porque sólo Dios podía instituir el estado de Israel. Esa corriente de pensamiento casi ha desaparecido pero aún persiste un grupo minoritario de jaredíes, Natur Karta, en el mismísimo barrio de Mea Shearim, que no dudan en manifestar su solidaridad con los palestinos, que exhiben banderas palestinas y que rechazan el estado de Israel.