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Con su permiso

El kit de supervivencia

La fe en la democracia de la que se les llena la boca no se sustancia utilizando el Parlamento para quedar bien o insultar al adversario

SupervivenciaIlustraciónPlatón

A Luis le incomoda la alergia del gobierno a las engorrosas formalidades del juego democrático. Hace tiempo que perdió la esperanza de que Pedro Sánchez pusiera en valor el Congreso de los Diputados ante la evidente debilidad parlamentaria de su partido. No se iba a complicar la vida proponiendo, debatiendo o discutiendo normas y mucho menos arriesgando perder votaciones con la precaria mayoría de interesados supremacistas y desnortados marxistas de viejo cuño con la que armó su gobierno hace dos años. Pero de ahí a defender que un mandato constitucional, una obligación democrática más allá de los puros formalismos, como es la exigencia de presentación de Presupuestos Generales del Estado, la ley fundamental para gestionar un país, fuera despachada como una inútil pérdida de tiempo simplemente por no tener garantizada la aprobación, para ser más precisos, por tener seguro su rechazo, media el abismo del desprecio a las instituciones democráticas. No llevo un asunto al Parlamento porque lo voy a perder. Aunque eso suponga hurtar a la ciudadanía el debate esencial sobre la política de un gobierno. Aunque evidencie que estoy solo y únicamente puedo aplicar la política floja de ir saliendo del paso. A Luis le parece que esa actitud y la justificación son la evidencia incuestionable de que al gobierno le importa un carajo la opinión de la ciudadanía, que pasa de su juicio siempre que no arriesgue votos –y para eso lo mejor es no convocar elecciones–, y que, además de despreciar a quien le ha otorgado la legitimidad, cree lo justito en el sistema democrático en lo que tiene de celebración de la representatividad popular. Prescindir del Parlamento no es conceder valor a la legitimidad de los votos electorales. El movimiento se demuestra andando. La fe en la democracia de la que se les llena la boca, el sistema del que se erigen como únicos defensores frente a las amenazas –reales, ahí no yerran– de la extrema derecha crecida en el nuevo tiempo de liderazgos violentos, no se sustancia utilizando el Parlamento para quedar bien o insultar al adversario. No es tiempo de banalidades y juegos de regate corto. Las crisis son oportunidades en situación de riesgo; es donde se muestra la esencia y el valor real de quienes las afrontan o han de liderar el movimiento que lo haga.

La política española, empezando por el Gobierno de Sánchez, siguiendo por la izquierda que aún vive en la irrealidad de la confrontación decimonónica en un mundo global y tecnológico, por una extrema derecha que afila cuchillos al amparo del resurgir de una suerte de tiranía global, y terminando en un partido conservador que no da muestras de pensar más allá del tiempo y lugar que ocupa, le produce a Luis un desasosiego de difícil apaciguamiento.

Cuando el otro día veía en la tele, entre sorprendido e indignado, a una comisaria europea vender la cosa del kit de supervivencia como si fuera un anuncio de compresas, pensaba que otra vez vuelve la élite gubernamental, superpoblada de burócratas, interesados, supervivientes o arribistas, a poner en el debe de la ciudadanía el peso de la acción. Hasta la responsabilidad, si me apuras, en este tiempo de incertidumbre e inquietud. No hay liderazgo ni se le espera. Y eso es muy peligroso en este momento. Quiere la suerte que mientras Luis se halla en estas cavilaciones tenga otra oportunidad de medir la banal irresponsabilidad de este tiempo. Acude Sánchez, incómodo, forzado, más solo que nunca, a explicarse en sesión parlamentaria, desenvolverse, por tanto, en ese ecosistema que le desata ardores de estómago y urticarias. Es el primer paso en la exigencia democrática de explicar a la población española en el mejor de los foros posibles, su representación política, cómo ve su gobierno lo que pasa en el mundo y qué planes, ideas, criterios o proyectos tiene para afrontar la tormenta. No puede decir que le sorprenda pero sí tiene que reconocer una cierta decepción al contemplar atento lo que los medios transmiten de esa intervención y las réplicas y contrarréplicas que provoca. Sánchez acude a la cita con la Historia y lo hace correctamente, pero se deja dos cosas fundamentales: no dice nada de proyectos ni sus costes y desprecia con chulesca altanería a la oposición en la que debía apoyarse. Bien es cierto que tampoco ayuda mucho un Partido Popular incapaz de dar el paso de tender la mano. Exige, y es su obligación, pero también podría revisar su política y tomar la iniciativa. Hubiera estado bien que Feijóo guardara rencores y superara desprecios para tender la mano ante lo que está pasando y nos puede venir. Europa anticipa sacrificios; el Gobierno reconoce que la situación es nueva y requiere nuevos compromisos y renuncias. Pero ni en Bruselas ni en Madrid son capaces de ver que lo que realmente hay que renovar es la política y, singularmente, los gobiernos incapaces de dar respuesta y ver más allá. Concluye Luis que el primero de los kits de supervivencia en España habría de ser un adelanto electoral y una revisión de las relaciones entre los únicos dos partidos de los que ahora mismo se puede uno fiar.