Con su permiso

Lealtad

Le parece a Celia que quizá no sea tan ofensivo que se llame desleales a quienes lo que hacen en realidad es serlo a sus ideas y sus principios. Los que en otro tiempo, como y cuando convenía, tuvo el propio Sánchez

Pedro Sánchez
Pedro SánchezIlustraciónPlatón

Celia siempre ha entendido la lealtad como la cualidad que adorna a quienes se comprometen con ideas o personas y permanecen fieles a ellas. El leal es el que no se quiebra, ni gira, ni cambia, por mucho que la necesidad apriete o el temporal mueva velas o agriete cimientos. El diccionario de la RAE viene a darle la razón, porque describe la lealtad como una suerte de fidelidad hacia las personas que en el caso de las mascotas es una entrega ciega y sin condiciones. Ella ve también que la lealtad humana tiene una grandeza y un valor del que carece la que se entiende como tal en el diálogo con los animales y hasta entre ellos mismos. La lealtad que ejerce Celia a sus principios y a la gente que ama y respeta tiene rasgos muy diferentes a la que practica con ella su perra «Lúa» o a la que observa que se tienen por instinto de supervivencia sus caballos en su espacio abierto de los prados asturianos.

Entiende así Celia que hay lealtades comprometidas y lealtades de sometimiento. Perrunas, cree que son llamadas estas últimas. Lo piensa cuando observa en la frontera de la estupefacción cómo la plana mayor del Partido Socialista de Pedro Sánchez tilda nada menos que de desleales a sus refundadores y antaño dirigentes González y Guerra. Ambos son señalados como reos de un delito de desafecto e infidelidad por ejercer a dúo y con testigos una crítica más que razonable y razonada a la deriva del presidente en funciones que se dispone a impulsar una amnistía a los del procès sin más explicación ni argumento que eso tan manido y blandito de la convivencia en Cataluña, que solo se creen, y tan tampoco es seguro, sus partidarios más hiperventilados. O los más leales, pero en términos perrunos: entregados, acríticos, incondicionales.

La convivencia era el argumento para el indulto, y su triunfo, lo que manejó Sánchez para demostrar que aquello está bien hecho y había tenido éxito. Ahora resulta que hay que avanzar más esa convivencia o eso que llama el sanchismo y sus entornos diálogo cuando en realidad es una concesión. Como llamar amor a lo que en realidad es sexo. O sea, que no estaba abierto el camino, tal y como se nos vendió, sino que hay que avanzar más. Lo cual, al menos para Celia, da idea de la verdad de esas encamadas con el independentismo catalán, que nos otra que la propia necesidad de Sánchez de mantenerse en el poder.

Pero bueno, eso ya es cuestión tan evidente que ni siquiera merece detenerse en ella. Sánchez concede lo que haga falta con tal de seguir en el gobierno. Progresista, tienen a bien llamarle, aunque se haga con votos de la derecha nacionalista como el PNV o la ultraderecha derecha supremacista como el partido de Puigdemont, el Conseguidor.

Lo que ha Celia le llama poderosamente la atención es el poco decoro de la dirección socialista a la hora de seguir desenvolviéndose en la ciénaga de os digodiegos o las mentiras que revisten con el maquillaje de que son cambios de opinión motivados por las circunstancias.

Ahora resulta que en un partido político con casi 150 años de historia criticar es ser desleal. Manda huevos, que diría el exministro shakespiriano. La izquierda democrática ha presumido siempre de asumir la crítica interna como parte de su propia condición, de su discurrir político, de su ADN, para justificar su bandera de la superioridad moral sobre otras tendencias u otros partidos sometidos al líder y sus principios o estrategias (la izquierda siempre se mueve por los primeros y la derecha por las segundas ¿verdad?). Pero ahora resulta que criticar es ser desleal, que ejercer la disidencia interna es faltar a la exigencia de fidelidad y compromiso. Oponerse a la mayoría del partido, como dijo el número tres del PSOE sanchista sin que se sepa muy bien cómo sabe que la mayoría del partido está de acuerdo con la amnistía.

Celia piensa que, si ya es inquietante que en un partido de tradición democrática se identifique autocrítica o disidencia con deslealtad, lo es más aún que se dé por sentado que la mayoría de ese partido piense como el líder.

Le suena un poco coreano -del norte- esa doble normalización de algo tan escasamente democrático como pretender acallar al que piensa distinto y dar por hecho que el líder es infalible, como Dios, o como el Papa.

Sánchez no se equivoca, y los que cuestionan lo que hace o dice, sí. Siempre. Sus cambios constantes, su negación de su propia verdad tienen más valor que los principios. De modo que quien los tenga firmes o sólidos, no vale, no cuenta, está en un error. Si el líder dice y piensa algo y los demás apoyan, deben seguirle también en sus cambios. No vale que afirmes y sostengas lo que él dijo una vez, y seguir haciéndolo cuando él ha cambiado de opinión. Hay que seguirle, hay que apoyar. Lealtad perruna, lealtad irracional.

Visto así, le parece a Celia que quizá no sea tan ofensivo que se llame desleales a quienes lo que hacen en realidad es serlo a sus ideas y sus principios. Los que en otro tiempo, como y cuando convenía, tuvo el propio Sánchez.