La situación

Liberales por la autarquía

«Sorprende que antiguos defensores del libre comercio se zambullan ahora en el teorema de un maestro del desequilibrio»

Las personas de una cierta edad utilizan una expresión muy gráfica, que define la tozudez de aquel que se ha equivocado y que sabe que se ha equivocado, pero que se niega a reconocerlo: no se baja del burro. En el español clásico se verbalizaba de un modo más hermoso, al decir que aquel incapaz de corregir un error, está en el «sostenella y no enmendalla».

En ese modo cerril se ha instalado el hooliganismo trumpista, dispuesto a seguir a su líder hasta la frontera del abismo. Si el gran líder impone un 10% de aranceles, es un genio. Si impone un 25%, es un artista. Si los pone en pausa durante 90 días, es un fenómeno. Si sus amigos ultrarricos de las tecnológicas pierden dinero, y exime a los móviles y a los ordenadores, es un cráneo privilegiado. Si dice una cosa, es muy hábil, y si a los cinco minutos dice la contraria, es más hábil todavía.

En ese carril de vía muerta se han instalado, incluso, algunos celebrados hipermegasuperliberales que, de repente, adoran el proteccionismo y celebran con algaradas cada volantazo espasmódico del inestable ocupante del Despacho Oval. Dicen de él que es un gran negociador, cuando su carácter es, definido más certeramente, el de un negociante de mercadillo ambulante: le vendo a usted unas toallas y le regalo una tartera y un perrito piloto de peluche para su niño.

Sorprende que antiguos defensores del libre comercio, de la eliminación de impuestos y de la no intervención de los gobiernos en los mercados de capitales, se zambullan ahora en el teorema de un maestro del desequilibrio, llenando el mundo de alocados aranceles, para provocar los estertores en las bolsas, la pérdida de dinero de millones de pequeños ahorradores y el riesgo a una recesión mundial.

Fanfarroneaba Trump –da igual cuando usted lo lea– porque ninguno de sus predecesores se había atrevido a hacer lo que él está haciendo. Ahora sabemos por qué. Lo que cuesta entender es que economistas que nos trataron de convencer de las inconveniencias que tiene la intervención pública de la economía, sean ahora fanáticos de la autarquía.