Tribuna

De Mbororé a La Misión

Es más que dudoso que un hidalgo español, capitán por más señas, se dedicase a la caza de esclavos en el interior de las posesiones españolas, porque en ellas esta práctica estaba férreamente prohibida por la corona española desde principios del siglo XVI.

De Mbororé a La Misión
De Mbororé a La MisiónBarrio

La publicación, hace pocas semanas, de un artículo sobre la batalla de Mbororé y las misiones jesuíticas del Paraguay, ha suscitado en varios lectores la pregunta de la relación existente entre los sucesos que allí se relataron y la película «La Misión». La pregunta tiene su lógica, pero la relación se basa únicamente en su tema de referencia. Mbororé pertenece a la época inicial de las Misiones, en cambio el film está ambientado en la época final de su apasionante historia.

La película constituyó un innegable acierto. La impactante belleza plástica, apoyada en unos paisajes incomparables, la no menos impactante música de Ennio Morricone y las excelentes interpretaciones, contribuyeron a la creación de una verdadera obra de arte, poderosa y convincente. También es impactante el relato, que describe una experiencia humana de expiación y penitencia que conduce a un verdadero perdón. Un perdón que debe solicitarse a Dios y a los ofendidos, pero que solo culmina cuando uno puede perdonarse a sí mismo. Como sabiamente explica el Padre Gabriel a un torturado capitán Rodrigo de Mendoza, magistralmente interpretado por Robert de Niro.

Pero junto a esta indiscutible belleza del conjunto, el film constituye también una profunda y poco evidente mixtificación. Está ambientado en pleno siglo XVIII, en una época en la que las Misiones habían alcanzado su extraordinaria madurez. De ahí procede la primera falsedad del guion. En 1750 ya no se estaban creando nuevas reducciones. Por ello la historia de la predicación solitaria del Padre Gabriel en torno a las cataratas del Iguazú, es poco creíble, aunque puede considerarse una licencia «literaria» para dar coherencia al relato.

La segunda gran mixtificación contribuye torticeramente a justificar la Leyenda Negra antiespañola. Es más que dudoso que un hidalgo español, capitán por más señas, se dedicase a la caza de esclavos en el interior de las posesiones españolas, porque en ellas esta práctica estaba férreamente prohibida por la corona española desde principios del siglo XVI.

Los hechos que se cuentan sucedieron en 1740. El gobierno de Fernando VI decidió cortar por lo sano con alguno de los conflictos que le enfrentaban con Portugal por el expeditivo sistema de intercambiar la Colonia portuguesa de Sacramento, que se asomaba al Río de la Plata y era un nido de contrabandistas y bandoleros, por las posesiones españolas situadas al este del Río Uruguay, en las que se asentaban varias reducciones jesuíticas que agrupaban a más de 30.000 habitantes de etnia Guaraní. En coherencia con la arbitrariedad borbónica no se contó para nada con el consentimiento de aquellos leales súbditos. Tampoco se escuchó la opinión de los jesuitas, ni las protestas de militares y administradores escandalizados ante tan clamorosa traición. Pero el despotismo ilustrado era así.

En la película se presenta como responsable final del desaguisado a un orondo cardenal, al que se viste con la prerrogativa de condenar a las reducciones a su trágico final. Como si esta decisión hubiera sido una decisión eclesiástica y no un turbio manejo de poder basado en intereses económico – políticos. Entre otros los que pretendía satisfacer, la también oronda, esposa de Fernando VI, la portuguesa Bárbara de Braganza, agente en Madrid de los intereses lusitanos. Esta falsedad sitúa en el debe de la Iglesia de Roma tan evidente arbitrariedad.

El final de la historia coincide con el final de la película. Los guaraníes no iban a renunciar fácilmente a su condición de súbditos españoles, para someterse a una potencia que había demostrado sobradamente la más cruel de las indiferencias hacia su destino. Así que se negaron a obedecer los mandatos regios. Nunca habían rehusado combatir en defensa de la que consideraban su patria, que ahora les traicionaba, así que, a regañadientes, decidieron combatir. Lo hicieron con la valentía de siempre, pero les faltaba el encuadramiento y la organización que les habían proporcionado los militares españoles. Tenían poco que hacer ante la ofensiva conjunta de los ejércitos coaligados portugués y español. En la película es perceptible la reluctancia de los soldados españoles a abrir fuego contra los que habían sido sus camaradas de armas. Se conservan cartas de oficiales españoles llenas de vergüenza por tener que atacar a unos hombres y mujeres por el hecho de que se negaban a dejar de ser españoles. Pero así fue.

La película culmina con otra grave mixtificación, cuando aparecen varios padres jesuitas combatiendo en las filas de los guaraníes. No se dio ningún caso significativo. Los regentes de las reducciones presentaron su renuncia en bloque, pero no se les aceptó. Manifestaron de forma enérgica su disconformidad ante la injusticia pero sin recurrir en ningún caso a las armas. Sin embargo, este hecho se les atribuyó falsariamente, no muchos años después, como argumento para justificar la oprobiosa expulsión de la compañía de Jesús. Pero ese es otro capítulo de tan lamentable historia. Una historia que muestra la cara y la cruz de lo que fue la fase final del imperio español en América. Pero que merece ser conocida de forma veraz. No solo mediante la espectacularmente hermosa mixtificación que nos describe la película.

Antonio Flores Lorenzoes ingeniero agrónomo, historiador y antiguo representante de España en la FAO.