El buen salvaje
El mejor Rey en el peor momento
El Rey nos representa a pesar de todo, el último asidero en el caos
Felipe VI no es muy de fardar, más bien parece el hombre que tuviera que pasar un examen en el que en cada convocatoria se añade un miembro más sieso en el Tribunal. A diestra y siniestra. En ese sentido es un Rey transversal, lo mismo gusta o disgusta a conservadores o progresistas, si seguimos el patrón clásico ya inservible, pero para que nos entendamos. Encuentras un monárquico o un republicano donde menos se espera. Llega uno de Podemos y se subraya admirador con cierta vergüenza o con orgullo, como el que dice que tiene un amigo gay y que por eso no se le puede tildar de homófobo. O a otro que se escapó más allá de Vox y lo pone a escurrir mientras tuerzo el gesto y me pregunto si lo que quiere esa persona humana es que resucite Napoleón.
Felipe VI no es muy de retrato ecuestre o presumido, de cuando un rey, o el presidente de una multinacional, sonríe con el torso bobalicón de la vanidad, aunque es el que mejor podría posar porque es el que mejor multiplica en su cuerpo la base por la altura, y eso, aunque no sea lo esencial, no es que no lo alcance yo mismo, un donnadie, sino que tampoco llega Elon Musk o Jeff Bezos. Horteras del mundo, Felipe VI sí es el lujo silencioso, armiño en las venas y trajes de lana fría.
Claro que lo mejor es su cabeza, o lo que en ella se esconde, y lo que su figura representa. Un día el hombre mató a Dios. Hoy, algunos dioses que antes eran hombres anhelan aniquilar todo lo que no puedan amasar con sus manos. Lo eterno. Lo intangible y, por qué no, lo sagrado. En ese baile de destrucción masiva de las instituciones más elementales, el Rey sigue su propio paso a la vez que acompasa el de los bailarines. Diríase que es un Rey equilibrista en una pista en la que sobran algunos payasos. Felipe VI reina en el más difícil todavía.
El Rey nos representa a pesar de todo, el último asidero en el caos, lo único que no se ve doble cuando se está borracho, cuando se mire donde se mire solo quedan ganas de vomitar. Esa sensación tan básica de la náusea. No sé si el Rey sería tan esencial si hubiera llegado en otro momento: hay personas que son lo que son porque están en el momento en el que tienen que estar. No necesita un baño de incienso así que espero no excederme en el momento fácil del adjetivo y la subordinada cosida a un ramillete de flores. El Rey es lo contrario. Seco y cortés con sus admiradores, como un buen escritor al que asusta el lenguaje equívoco y rococó que le alejan de la realidad. Diez años hace, qué menos que unas cuatrocientas palabras.
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