Con su permiso

Miedo

El combustible de ETA ha sido el miedo. Y al parecer no pueden desembarazarse completamente de él los que en la política de hoy siguen pretendiendo reescribir la Historia

En las herriko tabernas se brindaba con sangre y había fiesta cada vez que ETA descerrajaba un tiro en la nuca de alguien o ponía una bomba en un coche. A veces se quedaba para dar una vuelta por el pueblo y echar unas palabritas con los que eran sospechosos de ser enemigos del pueblo vasco, tales como comerciantes morosos ante el impuesto popular y revolucionario de ETA, o algún vecino reticente a la causa. La retaguardia abertzale tabernaria sembraba la revolución en las calles mientras su ejército lo hacía a tiros o bombazos.

María Jesús lo sabe bien. Lo recuerda muy bien. Ni ella, PNV de toda la vida, se libraba de la presión, las amenazas y el desprecio. Porque en los años del terror, de la sangre y el fuego, de los muertos a diario y de las campanadas de muerte en las campañas electorales, los corifeos y celebrantes del terror etarra iban construyendo una atmósfera de influencia cuyo fundamento era el miedo. Miedo a la muerte, miedo a la ruina, miedo al ataque o las palizas; pero miedo también al desprecio, al aislamiento, a ser señalados, a que nadie entrara en el negocio a comprar no fuera a ser visto por algunos de los encendidos legionarios de la autodenominada izquierda patriótica. ETA mataba para infundir miedo a la sociedad y el Estado con el fin de que éste cediera a sus pretensiones revolucionarias. Su parentela, los que no tenían el valor de empuñar las armas o estaban a la espera de entrar en el selecto club de los asesinos, completaba el paisaje metiendo miedo a la gente cercana, al común de los mortales para solidificar una base social aunque fuera a la fuerza. Sobre todo, a la fuerza.

ETA dejó de matar hace más de diez años, pero María Jesús observa a diario que la huella de aquella siembra de miedo no se ha borrado. Siguen vivas las miradas furtivas, los gestos de desprecio, el mira aquella que le cerraron el negocio y aquí sigue, o ese otro que le mataron el hijo y no se ha callado.

El combustible de ETA ha sido el miedo. Y al parecer no pueden desembarazarse completamente de él los que en la política de hoy siguen pretendiendo reescribir la Historia desde aquellas tabernas y rincones que un día lo sembraron.

El miedo es un instinto primario de supervivencia. Pero es también una emoción paralizante y tóxica cuando se contrapone a la razón o a la lógica. En política es un lastre. De hecho, los políticos suelen justificar sus acciones más insólitas e inexplicables en el valor: qué valientes son que desafían la razón o el sentido común.

No hace falta irse muy lejos en el tiempo para seguir su rastro, le parece a María Jesús. El miedo a no gobernar llevó a Sánchez a buscar a cualquier precio el voto de Puigdemont. Ese mismo le puso en manos de Bildu y sus cinco parlamentarios pese a haber negado hasta la extenuación que acordaría cualquier cosa con ellos. El miedo a perder ese sustento político ha impedido que Sánchez haya ido en esta campaña más allá de lo propagandísticamente exigible en la condena a Bildu por no llamar terrorismo al terrorismo de ETA.

El torpe candidato de Otegui a la lendakaritza, un tal Ochandiano de aspecto suavemente estudiantil y formado en Suecia, rompió su propia campaña electoral cuando fue preguntado por la condición terrorista de ETA. Y no tuvo el valor de reconocerla. A día de hoy, con el fulgurante ascenso de Bildu algo renqueante, sigue navegando en una dialéctica espesa que no hace sino ahogarle cada vez más.

Eta fue un movimiento de resistencia antifranquista y luego, bueno, pues en un momento dado derivó en tal y cual, o sea, no sé... que me perdonen las víctimas, no todas, las que se sientan ofendidas, claro…y tal. Desconocimiento de la verdad, o miedo a reconocerla.

Es lo que tiene convertir al miedo en tu herramienta, acostumbrarte a trabajar con él. Que al final termina poseyéndote. Porque el discurso que sigue manteniendo Bildu frente al terrorismo responde también al miedo. Así lo ve María Jesús. Miedo como formación a perder parte de su electorado y su propia base militante, miedo a profanar la memoria de los suyos y sus orígenes. Y un miedo personal perfectamente perceptible en tipos como Ochandiano a que no te acepten en el grupo, a diluir tu identidad; miedo a pensar por ti mismo, miedo a la independencia, miedo a tu miedo.

Bildu no es ETA, pero mientras se empeñe en no reconocer lo que fue y condenar lo que hizo, seguirán sin ser una alternativa democrática creíble y de calidad. Si no tienen el valor de romper seguirán siendo tóxicos, por mucho que mañana cosechen en las urnas. Lo celebrarán, pero ellos saben, y acaso así se refleje el domingo, que esas reticencias restan verdad y apoyos. Por mucho que el PSOE, también por miedo, vuelva a sentarse con ellos y acordar en cuanto mañana se cierren las urnas.

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