El canto del cuco

Miércoles de ceniza

La cura de humildad que significa el rito de la ceniza no alcanza, desde luego, a los gobernantes, que se creen con cuerda interminable, sin darse cuenta de que son polvo y se convertirán pronto en polvo

A nadie le viene mal, pero es especialmente aconsejable a los que tienen poder, someterse de vez en cuando al rito de la ceniza. Recuerdo con gran viveza y emoción aquellos Miércoles de Ceniza en el pueblo, con los que se inauguraba la Cuaresma. A primera hora de la mañana, con la iglesia helada, una fila de mujeres enlutadas con pañuelo en la cabeza y de hombres con la cabeza descubierta –sólo en el templo veías a aquellos campesinos sin boina, mostrando sus calvas honorables– se acercaban en silencio al pie del altar y el sacerdote, con capa pluvial morada, iba imponiendo a cada uno la ceniza, con la señal de la cruz, en la frente mientras les decía en latín: «Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem converteris». O sea: «Recuerda, hombre, que eres polvo y que te vas a convertir en polvo». De sobra lo sabían ellos y ellas. Desde niños conocían de cerca que la muerte igualaba a todos y que en el pequeño camposanto, junto al ejido, nadie era más que nadie.

Este año el Miércoles de Ceniza coincide con la fiesta comercial y romántica de San Valentín, una cosa por la otra. Es la conjunción del amor y la muerte, que nutre las mejores páginas de la literatura universal y hasta el humilde y carnavalesco cine de los goyas. Hoy, martes, es propiamente el Carnaval. La pugna entre el Carnaval y doña Cuaresma, entre la carne y el espíritu, perdurará hasta el final de los tiempos. Es una lucha que se libra en el corazón de cada ser humano. En España, de un tiempo a esta parte, todo el año es carnaval. Y se ha ido perdiendo la costumbre del ayuno y la abstinencia. Aquellos campesinos de mi infancia el Miércoles de Ceniza no probaban bocado de carne, y el preceptivo ayuno consistía en una sola comida al día, además de la parvedad por la mañana y la colación por la noche.

La conversión y la penitencia son recomendaciones cuaresmales; pero no tienen mucho éxito en este mundo dominado por Don Carnal. Es como predicar en el desierto. Lo que importa es «pasarlo bien». La cura de humildad que significa el rito de la ceniza no alcanza, desde luego, a los gobernantes, que se creen con cuerda interminable, sin darse cuenta de que son polvo y se convertirán pronto en polvo. Ocurre que, en una sociedad de tradición cristiana como ésta, –se refleja, por ejemplo, en las esplendorosas procesiones de Semana Santa–, el poder y la cultura dominantes desprecian las antiguas creencias católicas.