Tribuna

Moderación o muerte

La indulgencia con las barbaridades de unos es la mecha que prende las de los otros y justifica una escalada de despropósitos meramente verbales al principio, quién sabe si más tangibles y hasta temibles después

¿Seguimos pensando que una imagen vale más que mil palabras? ¿También que dos mil? Llevo días dándole vueltas a todo esto a raíz de la última crisis diplomática entre Pedro Sánchez y Javier Milei. Ya me perdonarán que prefiera hablar de crisis entre presidentes que entre países.

Rebobinemos un poco, que no es lo mismo que titubear. ¿O sí? Yo si soy líder de la oposición, por muy patriota manquepierda que fuese o me sintiese, por muchos «por qué no te callas» que el cuerpo me pidiese, también habría titubeado un poco antes de defender a Sánchez de Milei, o al revés. Es que es susto o muerte. A ver: un ministro de España llama pública y zafiamente drogadicto al presidente de Argentina y se queda más ancho que largo. A eso, Milei responde calificando de corruptos a Sánchez y señora en un tono y con una puesta en escena tal que, a su lado, Donald Trump parece el Buda. Que te tienes que remontar a grabaciones en blanco y negro de los años 40 y 50 para encontrar algo homologable.

Ojo que no estoy llamando fascista ni nazi ni castrista ni kirschnerista a nadie… Sí creo que son rematadamente populistas todos los implicados… Del todo a sabiendas, además. ¿Alguien duda de que en la war room de Moncloa esperaban como agua de mayo (o de junio) esta gigantesca micción fuera de tiesto de Milei? Por lo mismo que el rechinante presidente argentino parece haber encontrado en Begoña Gómez su propia espada de Bolívar. Dios los cría y ellos se juntan.

El caso es que entre leer las declaraciones de unos y otros en el periódico, y ver las imágenes de Milei en acción en Vistalegre, va un abismo de pelos de punta. No estamos en absoluto acostumbrados a cosas así. A discursos tan desacomplejadamente agresivos, tan de brocha gorda…y tan de derechas. Porque oigan, no me pregunten por qué, pero aquí no ofende (con éxito) quien quiere, sino quien es más patateramente de izquierdas. Lo bastante patateramente como para, por ejemplo, ver normal acusar de «genocidio» a Israel y no a Hamas, pase lo que pase, muera quien muera, cómo, de qué y por qué. ¿Nadie se ha preguntado por qué el gobierno judío es capaz de soltar a miles de terroristas palestinos para canjearlos por un solo civil israelí, mientras los mal llamados representantes del pueblo palestino lo usan despiadadamente como carne de cañón y como escudo humano de terroristas desde 1948?

Nos ha costado trabajo pero ya hemos llegado a dos casi conclusiones: una, que es más fácil defender a Milei sin verle que viéndole, porque verle da pavor…y dos, que los que aún así le defienden, y aplauden, votan y jalean, probablemente sea en parte como reacción a la costumbre de mirar con indulgencia, comprensión y hasta simpatía toda clase de excesos verbales y políticos de la izquierda patatera, pero no pasar ni una a la derecha de berenjenal. Hasta que alguien se harta de esa asimetría. Pero no para corregirla, sino para sacar tajada y sacar partido.

¿Estamos involucionando a un mundo sin clases medias, ni económicas, ni sociales, ni intelectuales? ¿Un mundo de ricos y pobres, moros y cristianos, progres y populistas, Sánchez y Milei?

Los choques ideológicos se disparan en crudeza y en hórrida simplificación. Cada vez estamos más lejos del término medio, de la ecuanimidad y de la verdad, porque si el rival tira una bomba dialéctica, yo tiro dos. Años quejándose -algunos- de que la derecha no daba la batalla cultural, de que se dejaba acogotar por los mantras, los dogmas y los axiomas de la izquierda, y cuando al fin alguien saca el genio, no es para poner las cosas en su sitio, sino para incubar mantras, dogmas y axiomas más procaces todavía.

Los discursos populistas son tan peligrosos porque siempre destilan algo genuino. Una gota así sea microscópica de verdad. Prueben a entrar en redes sociales rusas y ver lo que allí se cuenta, por ejemplo, del relato de quién y cómo ganó la Segunda Guerra Mundial. Tienen razón los que acusan a la Historia occidental de presentar una imagen descompensada de la «victoria aliada», como si los Estados Unidos hubieran tenido un mérito y un sacrificio mucho más grande del que en realidad tuvieron. Cuando fue el Ejército Rojo el que liberó los campos nazis y se dejó 21 millones de muertos en esa contienda. Parece una tontería pero no lo es, y el neonacionalismo ruso se da un aire incomprendido y agraviado que recuerda el de la Alemania prenazi. Un tanque de nitroglicerina de humillación.

No deberíamos, ni normalizar determinados discursos, ni quitarles hierro. Vengan de donde vengan, de Agamenón o su porquero. La indulgencia con las barbaridades de unos es la mecha que prende las de los otros y justifica una escalada de despropósitos meramente verbales al principio, quién sabe si más tangibles y hasta temibles después. ¿No hemos aprendido nada, sin ir más lejos, del 12M en Cataluña? Es moderación o muerte.