El buen salvaje

Los muertos de Ternera piden una oración por su alma

Habría estado bien que Évole y Tenera se comunicaran por un pinganillo, hablando de sangre, de muertos, de personas que no han nacido por culpa de la parte cerda de Ternera

Lo mejor de la entrevista de Évole a Ternera son las nucas, los planos y los contraplanos. Évole sabe que en la nuca está el corazón de los muertos. Ternera coge un conejo, es un decir, y de un golpe en la cabeza lo remata. Miles de animalistas clamarían en las redes por la crueldad de ese ser que supongo debe seguir vivo para que lo estudie la ciencia. Los psicópatas dejan muchos enigmas sin resolver. Sin embargo, solo unas pocas víctimas claman por los muertos a los que Ternera retorció sus nucas. Miguel Ángel Blanco, por ejemplo, fue en su tiempo un conejo bien alimentado por las bestias. Lo quisieron tanto que tenían que matarlo. Ternera dice que fue un error humano, como si el resto de errores fueran producto de la Inteligencia Artificial. Ternera, en su borrachera, aún cree que es humano, y que la política lo puede desenchufar como Kubrick al Hal de «2001».

Para entender a Ternera, lo que de verdad quiere decir Ternera, habría que usar un pinganillo. Habría estado bien que Évole y Tenera se comunicaran por un pinganillo, hablando de sangre, de muertos, de personas que no han nacido por culpa de la parte cerda de Ternera. El pinganillo nos habría dado la clave para entender por qué se entrevista a este personaje sin no adentrar después la cabeza en el váter, vomitando los chicharrones del cerdo. El pinganillo, lejos de ser inocente, es un arma que no mata, pero que traduce a los que lo hacen. Un pinganillo puede ser una pistola, la clásica de ETA, una FN Browning modelo 1935 Hi- Power. Dispara balas del calibre 9mm Parabellum.

Que Évole pueda hacer una entrevista a Ternera, y que abra el Festival de San Sebastián, es una muestra de la nula censura artística que hay en España. Todo es posible, pero también es un ejemplo del tiempo en que vivimos en el que de un día para otro los pecados pueden ser perdonados por casusas políticas. Los pecadores no tendremos más remedio que entrar en un partido político para que alguien nos comprenda. Estamos hartos de recurrir al silicio.

Ahora que los veganos se multiplican como las setas que algún día no comerán, Ternera es cuarto y mitad de hijo de puta, no un hijo de puta entero. En la época de la matanza del cerdo oía en el pueblo el escalofriante lamento del animal. Me encantaría oír ese chillido tan escalofriante en este debate. Pero los cerdos somos más teatrales que las terneras, que pastan tranquilamente mientras las víctimas, conejos, liebres, ridículos ratones, apagan el sonido para que no suframos. Menudo cabrón.