Tribuna
La OTAN en el Flanco Sur
Independientemente del enfoque que prevalezca en el seno de la Alianza con relación al Flanco Sur, la situación de inestabilidad política e institucional en esta región requerirá previsiblemente de una mayor implicación por parte de la OTAN
Con el propósito de comprender mejor la percepción que tienen en materia de seguridad sus países miembros, la OTAN se prepara para abrir un proceso de reflexión interna respecto al Flanco Sur, en línea con lo acordado en la pasada cumbre en Vilnius. Esto implica revisar en clave mediterránea el enfoque de 360º de la Alianza, una demanda de larga data por parte de los países aliados ubicados en el Mediterráneo y un compromiso plasmado en el nuevo Concepto Estratégico aprobado en Madrid.
Además de examinar el estado de las relaciones de la OTAN con los vecinos de la otra orilla, el proceso de reflexión servirá para analizar las amenazas que desde el Sur se proyectan hacia los países aliados más expuestos. Esto significa abordar las diferentes sensibilidades existentes en la Alianza, pues no todos los países miembros entienden o perciben el Flanco Sur del mismo modo. Desde la perspectiva de algunos países europeos, entre los que destaca España, es costumbre identificar el Flanco Sur con las regiones del Magreb y del Sahel. Sin embargo, desde la óptica de otros miembros, como es el caso de los países anglosajones, el Flanco Sur comprende también el Máshreq y Oriente Medio. Así las cosas, el esfuerzo de la OTAN se centrará en abordar el Flanco Sur desde un enfoque integral: Sahel, Norte de África (en su conjunto) y Oriente Medio.
El resultado de dicha reflexión ofrecerá a la Alianza, en el peor de los escenarios, una idea mucho más aproximada acerca de las percepciones que tienen unos y otros respecto a las amenazas que provienen del Sur. Y, en consecuencia, cuáles han de ser los medios para confrontarlas o enfrentarlas. Sin pretender excluir la existencia de otros factores, España percibe las amenazas que provienen del Sur no tanto en términos económicos y comerciales, sino en clave territorial, cultural e incluso identitaria. El foco de atención político y mediático se centra, por tanto, en aquellas esferas que se consideran fundamentales: por ejemplo, el desafío que supondría para España un eventual enfrentamiento en el Magreb entre Marruecos y Argelia por la cuestión del Sahara; o, la inquietud que generan para las ciudades y comunidades situadas en las fronteras exteriores las eventuales consecuencias que se derivarían de una situación de caos y desgobierno incontrolados en el Sahel. Una región, esta última, donde el balance de poder existente se ha visto alterado recientemente en detrimento de los intereses occidentales. No obstante, el hecho de que la Alianza esté considerando prestar mayor atención a las amenazas que provienen del Sur bien puede jugar a favor de España y su enfoque estratégico de «frontera avanzada».
El enfoque de los países anglosajones, de carácter más crematístico, percibe las amenazas del Sur en términos de poder y dominio geopolítico. Dado que tienen garantizada una de las vías de acceso al Mediterráneo (Estrecho de Gibraltar), para estos el objetivo central es mantener inalterado el statu quo respecto al otro punto de acceso (Canal de Suez). El control del Mashreq y Oriente Medio es una prioridad compartida por EE.UU. y Reino Unido, pero también por Francia. El propósito de estos es mantener alejadas a las potencias rivales con proyección regional (Irán) y, en última instancia, a las potencias emergentes con proyección global (Rusia y China). El equilibrio existente en esta región –favorable a los intereses occidentales– permanecerá inalterado siempre y cuando la guerra entre Israel y Hamas no escale, ni arrastre a terceras potencias, especialmente a Egipto y Jordania.
Aunque la actual guerra entre Israel y Hamas parece reforzar el enfoque anglosajón sobre el Flanco Sur, lo cierto es que los fallos en materia de seguridad en los que habría incurrido el gobierno israelí incrementan de manera justificada la percepción de vulnerabilidad e inseguridad de todos los países aliados en el Mediterráneo. Es decir, la continuidad geográfica del Flanco Sur hace que la situación de inestabilidad en esta vasta región –Sahel, Norte de África y Oriente Medio– sea propicia para que actores estatales y no estatales traten de atacar o afectar intereses aliados (infraestructuras críticas, bases militares, tránsito marítimo) o dirigir amenazas híbridas contra los mismos (flujos migratorios, crimen organizado, terrorismo).
Independientemente del enfoque que prevalezca en el seno de la Alianza con relación al Flanco Sur, la situación de inestabilidad política e institucional en esta región requerirá previsiblemente de una mayor implicación por parte de la OTAN. En este sentido, se da por descontada la creación de algún tipo de fuerza de despliegue rápido para fortalecer la presencia de la Alianza en todo el perímetro del Mediterráneo. Subyace, sin embargo, la duda de si dicha fuerza la gestionará la OTAN o si lo hará la UE. A juzgar por el pobre desempeño europeo en el pasado (Libia y Mali, son buen ejemplo de ello) resulta poco realista pensar que la UE pueda asumir el liderazgo en este complejo escenario.
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