El canto del cuco

El pacto del agua

Habrá que regar con presas y con aguas subterráneas –las desalinizadoras también, pero tienen serias limitaciones– y es preciso conectar unas cuencas de los ríos con otras para los tiempos de sequía

Con la persistente sequía empieza a faltar «el agua que trabaje la presa del molino», para disgusto de León Felipe. Escasea el agua en Doñana y es preciso aprovechar bien la que queda, procurando que no se sequen los acuíferos ni se mueran los fresales, dulces bancales de oro rojo. Son intereses cruzados, un pleito endiablado entre los agricultores y los ecologistas. Y aquí entran los políticos en año electoral y estalla la guerra del agua. Esta guerra, con las urnas a la vista, se encarniza entre las comunidades por el asunto de los trasvases. Cada cual se considera dueño del agua que pasa por allí y hasta del agua lorquiana «que no desemboca», como la de los pozos del parque de Doñana, esa joya de la Naturaleza, donde veranea el Presidente.

«Sin riego ni trasvases habrá hambre», advierte Jaime Lamo de Espinosa, que presidió la FAO y fue ministro de Agricultura, seguramente el español que más sabe de esto. «La agricultura española –remacha– será de riego o no será». Defiende, en consecuencia, el trasvase Tajo-Segura, que ha convertido el costero de Murcia, Alicante y Almería en la gran huerta de Europa. El agua no es de nadie, es de todos, es un bien estatal de dominio público. Las comunidades autónomas no son dueñas de las cuencas hidrográficas. Y, ante la sequía y el cambio climático, conviene hacer presas y acumular agua en lugar de dinamitar los embalses, como se pretende ahora con el de Valdecaballeros.

Está en juego la seguridad alimentaria. «Un mundo sin hambre –insiste Lamo de Espinosa– será de riego o no será». Ahora mismo el 70 por ciento del agua dulce del mundo se utiliza para regar. España, gracias al desarrollo de la huerta, ha pasado en cuarenta años de tener una balanza comercial agraria desequilibrada a convertirse en una potencia agraria exportadora mundial. Somos el primer regante de Europa: 3,8 millones de hectáreas. El sector agroalimentario supone el 10 por ciento del PIB con 2,8 millones de empleos. Ahí andan una buena parte de los emigrantes que llegan. En resumidas cuentas, la política agraria y el problema del agua no son un asunto menor. Habrá que regar con presas y con aguas subterráneas –las desalinizadoras también, pero tienen serias limitaciones– y es preciso conectar unas cuencas de los ríos con otras para los tiempos de sequía. De ello depende el mantenimiento y fomento de la biodiversidad y puede que la misma subsistencia humana. Esa es la gran política que propone Jaime Lamo de Espinosa y que tendría que coronar un histórico «pacto del agua».