El canto del cuco

El paisaje político

El intento de arrinconar al Partido Popular, principal fuerza hoy en España y en Europa, es una tremenda irresponsabilidad, un atentado contra la democracia

Si, como dice Amiel, el paisaje es un estado de ánimo, el paisaje político español después del 23-J está teñido de rojo. La izquierda está envalentonada a pesar de haber perdido las elecciones, y domina claramente el panorama postelectoral. La derecha, que había soñado con un verano azul, aparece deprimida, escondiéndose de sí misma, aturdida, desconcertada. Como si no supiera qué hacer. De la derogación del «sanchismo», Núñez Feijóo ha pasado a pedir por carta a Sánchez diálogo y colaboración. De renegar de Vox, ha pasado a cederle puestos clave para formar gobierno en distintas Comunidades. La última, Aragón. Todas menos Murcia, no se sabe por qué. La anomalía murciana y antes la anomalía extremeña desconciertan y alimentan el jolgorio de los sanchistas y sus compañeros de viaje.

Los acuerdos del Partido Popular con Vox están siendo el argumento principal de Pedro Sánchez para intentar reconstruir el monstruo y seguir gobernando. Desde la izquierda y sus aledaños periféricos procuran demonizar, con una persistencia sospechosa, al partido de Abascal. Aprovechan cualquier circunstancia para resaltar la menor estridencia que choque con la ideología dominante, especialmente la ideología de género, la medioambiental o la memoria histórica, aunque sean posiciones legítimas y perfectamente constitucionales. Acusan al PP de pactar con Vox –un partido constitucionalista– y de contagiarse de sus planteamientos, los mismos que exaltan el «sanchismo» y su «Gobierno de progreso», integrado o apoyado por comunistas y separatistas, enemigos declarados, estos sí, de la Constitución. Todo un contrasentido. ¿Quién ha dicho que Sánchez, con merecida fama de autócrata, es más demócrata que Abascal? El «sanchismo», con lo que le rodea, es la gran anomalía europea, y la mayor amenaza a la convivencia democrática en España.

El intento de arrinconar al Partido Popular, principal fuerza hoy en España y en Europa, es una tremenda irresponsabilidad, un atentado contra la democracia. No todo vale para lograr la investidura. Va siendo hora de que los dirigentes populares salgan del aturdimiento. Es urgente establecer una política de pactos clara, ahora inexistente. No pueden encomendarle la tarea de dar la cara a la voluntariosa Cuca Gamarra. Bastante hace, pero no es suficiente. ¿Dónde están los demás? El domingo Abascal dio un gran paso con su ofrecimiento incondicional en la investidura. No era buena idea que él y Feijóo se vieran a escondidas, en vez de a la luz del día como socios complementarios. No pueden seguir escondiéndose mientras el paisaje político se tiñe de rojo, como un crepúsculo que anuncia tiempo borrascoso. Sólo un estado de ánimo distinto en el Partido Popular podrá cambiar el paisaje político de España.