Con su permiso
El pájaro amarillo
Si hoy el Partido Popular está más aislado que nunca en el paisaje crispado y dividido del parlamento español, es por el polizón que llevan en el viaje
Recién llegado de sus vacaciones en el norte de España, Rodolfo hace capítulo de lo que han sido estos días. De los descubrimientos y las sorpresas, de lo vivido y lo esperado. Y entre los primeros, no es poca cosa el hallazgo en San Vicente de la Barquera, la villa marinera cántabra cerca del límite con Asturias, de un museo singular dedicado a una hazaña histórica tan sorprendente como desconocida. La evoca hoy y la somete al filtro de la actualidad española, que bien podría extraer de ella alguna enseñanza.
Repasa sus notas.
Dos años después de que el norteamericano Charles Lindbergh se convirtiera en el primer piloto en cruzar el atlántico desde Estados Unidos hacia Europa, un aventurero francés consiguió liderar el primer vuelo trasatlántico europeo y con tripulación.
Se llamaba Armand Lotti, y había comprado y montado su avión en Francia un año antes, cuando se decidió a emular la hazaña de su admirado Lindbergh, pero en sentido contrario. Saldría de París para alcanzar Nueva York. Fracasó tras un par de intentos, y decidió entonces cambiar el rumbo. A la tercera partió desde una playa en el estado norteamericano de Maine. Y logró su objetivo de atravesar los continentes. No iba solo. Con él estaban comprometidos en la aventura un piloto, Jean Assolant, y un navegador de nombre René Lefévre.
Atravesaron en el «Pájaro Amarillo», que así se llamaba el aparato, un Bernadr 19 Gr de color gualda, el Océano Atlántico, pero su éxito no fue completo porque no llegaron a París. Hubieron de aterrizar en Cantabria, en la Playa de Oyambre, donde en aquel 14 de junio de 1929 la llegada inesperada del extraño aparato conmocionó la rutina no sólo de quienes por allí vivían, sino de toda la sociedad cántabra.
¿Qué sucedió para que el viaje terminara abrupta e inesperadamente en una lejana playa del norte de España? Los 4.000 litros de combustible calculados al detalle y con precisión de navegador no eran suficientes ante algo que no estaba presente en ninguna de las previsiones. Ni siquiera como remota posibilidad: se les coló un polizón. Cuando lo descubrieron ya era demasiado tarde. No llegarían con ese combustible. En plena discusión sobre qué hacer, cómo seguir cuando la vuelta atrás era imposible o habría sido otro fracaso, les pilló una tormenta que multiplicó aún más sus problemas. No sólo para coronar la aventura. Su propia supervivencia estaba en riesgo con menos combustible, una tormenta inesperada sobre un avión que ellos mismos habían montado, y un añadido en el que nadie pareció reparar y es que tampoco llevaban paracaídas.
Vistas las circunstancias, probablemente fue un alivio fruto de la pericia de los pilotos haber conseguido llegar a Cantabria.
El polizón era un joven norteamericano llamado Arthur Schreiber, a quien hicieron firmar un contrato que le comprometía a no contar la historia vivida, la singular aventura pionera para la navegación aérea, por mucho dinero que le ofrecieran. Y lo cumplió.
¿Qué lectura tiene esta aventura, según encuentra Rodolfo a la hora de enfrentarse a la actualidad que parece avivar su brío tras el verano? Pues el riesgo de lastres inesperados que finalmente terminan frustrando las aventuras aunque uno consiga mantenerse vivo. Lotti encabezó la primera expedición aérea europea que atravesó el Atlántico. Pero no consiguió su objetivo final. Se lo cargó el polizón que no estaba en la aventura de cambiar el mundo, de avanzar, sino únicamente en la propia supervivencia. Entró en la Historia con ellos, pero de forma inmerecida y ensombreciendo el éxito de los otros.
Nadie esperaba que Puigdemont se colara en la bodega, pero ahí está y condiciona el vuelo del gobierno de izquierda del mismo modo que lo haría si la derecha lo hubiera necesitado para alcanzar su destino.
Pero si Puigdemont es el polizón cuya presencia nadie esperaba y altera el viaje de los demás, hay otro que lastra despegues y parece que sin la atención o la conciencia necesaria por parte de la tripulación original.
En plena agitación sobre el ya famoso beso de Rubiales, se cuelan noticias de que el partido de Feijóo, en su alianza con VOX, priva de apoyos en algún lugar de España al fútbol femenino infantil. Como están haciendo con el teatro, como llevan todo el verano con fiestas, actuaciones y espectáculos que censuran o eliminan con excusas flojas e intención evidente.
Quizá en el PP siguen preguntándose por qué en las generales el voto rompió tanto y tan dramáticamente con las previsiones que todos tenían. Empezando por ellos.
Se le antoja a Rodolfo que alguna respuesta puede dar la historia del Pájaro Amarillo para entender la dimensión del roto que algunas compañías tóxicas pueden provocar. Que si hoy el Partido Popular está más aislado que nunca en el paisaje crispado y dividido del parlamento español, es por el polizón que llevan en el viaje. Que actúa de freno desde Valencia, o incluso antes del acuerdo de Mazón, y va a seguir haciéndolo mientras no se atrevan a lanzarlo en paracaídas o directamente dejarlo en tierra.
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