Aquí estamos de paso
A mí no me pasa
Los desastres, las desgracias, la muerte, no le sucede sólo a los demás
Hay una inclinación natural, cuestión de supervivencia, supongo, a pensar que las desgracias le suceden fundamentalmente a los demás. Tanto lo interiorizamos que realmente actuamos como si estuviéramos blindados ante la adversidad, la enfermedad o la muerte. De hecho, aun cuando nos abocamos irremediablemente a una situación crítica, solemos preguntarnos qué hemos hecho para merecerlo. No sucede lo mismo con la fortuna, claro. Del mismo modo que nadie contempla ni desea su infortunio, vemos la suerte como algo que un día u otro terminará tocándonos. Solo las mentes lúcidas, quienes viven atentos al presente y se atreven a encarar lo que venga en el futuro, o sea, los valientes, son capaces de contemplar cualquier posibilidad, incluso el dolor o la muerte.
La que prendió en el cumpleaños de Murcia llegó inesperada y brutalmente. Por descontado que quienes murieron no contemplaban semejante posibilidad, estaban celebrando la vida. Es humano y también comprensible: nadie se va de cumpleaños imaginando que puede ser el último. Lo terrible es que tampoco pensaran en la desgracia los presuntos delincuentes que levantaron el escenario, ni hicieran lo que correspondía para evitarla los presuntos responsables de que aquello siguiera abierto. El tipo que dividió su negocio en dos, tabicó su local con pladur para sacarle una pasta a la otra parte alquilándosela a un propio, imaginaba que semejante acción podría perfectamente eludir el control de las autoridades –quién se va a fijar, quién va a venir aquí a decirme que esto tiene un protocolo y unas exigencias– y así mantenerse un tiempo como negocio rentable y seguro. Por descontado, el accidente estaba fuera de cualquier posibilidad o hipótesis: eso de los incendios y los desastres les pasa a otros, es cosa de las noticias y la mala suerte de los que salen en los periódicos o en internet. Aunque tuviera antecedentes de algo parecido: «otra vez no me va a pasar». Pero pasa. Como se le cuela a la autoridad municipal que hace dejación de sus funciones permitiendo que un local sin licencia y con orden de clausura siga funcionando. Total, no va a pasar nada. Eso, insisto, les sucede a otros, las desgracias son cosas del prójimo.
Es humano. Es, probablemente, un mecanismo de supervivencia, tan estúpido como meter la cabeza debajo del ala o cerrar los ojos ante el desastre inevitable. Pero resulta inadmisible en quien tiene misiones de servicio público o se beneficia del negocio de divertir al personal.
Supongo que la Justicia se ocupará en modo y tiempo de quienes ganaron dinero violando la ley en la confianza de que no les pillarían y han sido descubiertos de la manera más espantosa posible. Cabrá esperar que el horror que sembraron llegue a herirles en una u otra forma.
Pero como ciudadanos debemos exigir también que los que hicieron dejación de sus funciones, quienes inspeccionaron pero no impusieron sanciones, los que las anunciaron pero dejaron que la fiesta siguiera por inacción o por omisión, o sea, la autoridad administrativa municipal pertinente, se vean obligados a asumir su responsabilidad y pagar por ello también en la medida en que la ley lo permita o exija.
Los desastres, las desgracias, la muerte, no le sucede sólo a los demás. Pero si cualquiera puede dejarse llevar por tan estúpida y confortable idea, no es admisible que lo hagan quienes viven de nosotros, como público, ni quienes administran el bien común.
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