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El canto del cuco

La pinza contra Feijóo

Los que claman por un proyecto ilusionante para España seguramente llevan razón

Se ha puesto de moda meterse con Feijóo. Unos le acusan de ser excesivamente moderado y otros de dejarse arrastrar por el radicalismo de la extrema derecha. Se mire como se mire, haga lo que haga, no tiene escapatoria. Aplicando el principio de contradicción se comprueba, sin posibilidad de error, que los de un lado o los del otro se equivocan; lo más seguro es que se equivoquen los dos, pero es igual. La persistente campaña contra el político gallego, candidato principal a gobernar España, ha funcionado. Sánchez y Abascal, trabajando cada uno por su cuenta, en su propio provecho, se han salido de momento con la suya. La pinza ha funcionado. Lo más lamentable es que ha producido titubeos en las filas populares y ha empezado a hacer mella en una parte del electorado.

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Parte del deterioro, que se considera perfectamente reversible a la hora de la verdad, se debe a la sumisa aceptación por partidarios del PP, incluidos algunos líderes de opinión, de los falsarios argumentos de sanchistas y voxeros. Los argumentos más socorridos son: falta de carácter, falta de liderazgo, falta de programa, falta de idiomas, indolencia, discrepancias internas... y, por supuesto, no puede faltar la contrafigura de Isabel Díaz-Ayuso, requerida por los de Abascal y maldecida por los de Sánchez, para enredarlo todo. El entendimiento o la ruptura con Vox es seguramente el único problema serio que tiene sin resolver aún el prudente y experimentado dirigente popular. No es fácil acercar posiciones con alguien que te insulta todos los días en las redes sociales. Y hay cantamañanas dentro que dan cuartos al pregonero, contando a los medios hostiles supuestas discrepancias internas. La verdad es que el PP nunca ha estado más unido que con el actual presidente; pero Feijóo no es «el puto amo», es un demócrata.

Debido a la pinza de Vox y el sanchismo, el Partido Popular bajo el mandato de Feijóo no acaba de avanzar con fuerza hacia la mayoría absoluta, que, a la vista de la deplorable situación del Gobierno, debería ser contundente a estas alturas. Lo impiden sobre todo las enardecidas huestes de Abascal, manejadas y estimuladas por La Moncloa, con ayuda de los medios adictos. Algo de culpa deben de tener también en este desaguisado los estrategas de comunicación e imagen de la sede central de Génova. No todo debe quedar en debates parlamentarios ásperos y en comisiones de investigación inútiles. Falta a estas alturas, me parece, la atractiva imagen del gobernante. Los que claman por un proyecto ilusionante para España seguramente llevan razón.