Mascotas

Ni el pollo ni el trigo: el verdadero enemigo de tu perro está oculto en la etiqueta de su pienso

No es un ingrediente exótico: las alergias que atormentan a muchos perros y gatos con picores y problemas digestivos suelen tener su origen en las proteínas más habituales, como el pollo, la ternera o los lácteos

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Perro y gato abrazándose

El diagnóstico de una alergia alimentaria en una mascota es un camino largo y minucioso, un verdadero calvario para muchos dueños. El punto final de este proceso, la prueba de fuego que confirma las sospechas, es la llamada «prueba de provocación». Solo después de que los síntomas del animal hayan desaparecido por completo, se reintroduce el alimento sospechoso para ver si el problema reaparece. Este paso, aunque crucial, requiere un compromiso total del dueño y una paciencia infinita.

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De hecho, para llegar a esa fase definitiva, es necesario superar primero una estricta dieta de eliminación que se prolonga entre ocho y doce semanas. Este régimen consiste en darle al animal un alimento con una fuente de proteína nueva para su organismo, una que no haya probado jamás. Otra alternativa es recurrir a piensos con proteínas hidrolizadas, que han sido descompuestas en partículas tan diminutas que el sistema inmunitario es incapaz de reconocerlas y, por tanto, de reaccionar.

En este sentido, la lista de los sospechosos habituales es relativamente corta pero llena de ingredientes comunes. En el caso de los perros, las proteínas del vacuno, los lácteos, el pollo, el cordero y el trigo son los alérgenos más habituales. El panorama para los gatos es muy similar, con la ternera, los lácteos, el pollo, el pescado y el maíz como principales desencadenantes. Curiosamente, estas alergias no son tan frecuentes como se cree: afectan solo a entre el 1 % y el 2 % de los perros y a un escaso 0,2 % de los felinos.

Cuando el sistema inmunitario se convierte en el enemigo

Por lo general, el verdadero culpable no es el alimento en sí, sino una reacción desmedida del cuerpo. El sistema inmunitario del animal identifica erróneamente ciertas proteínas, que deberían ser inofensivas, como una amenaza y desata una respuesta defensiva. Esta batalla interna se manifiesta externamente con síntomas que van mucho más allá de los vómitos o la diarrea, siendo los más comunes un picor intenso y constante, lesiones en la piel e infecciones de oído que nunca terminan de curarse.

Por si fuera poco, a la complejidad del diagnóstico se suma un obstáculo mayúsculo que complica aún más el proceso para veterinarios y propietarios. Se trata del etiquetado incorrecto de muchos piensos disponibles en el mercado. Esta falta de rigor en la información nutricional no es un problema menor, ya que se ha detectado incluso en algunas dietas comerciales específicamente formuladas para ayudar en este tipo de diagnósticos, convirtiendo la búsqueda de una solución en un desafío todavía mayor.