Tribuna
Los planes militares
La tecnología «civil» está arrollando los desarrollos puramente militares. Aquellos militares que en su día definieron el internet, las autopistas de circunvalación de las grandes ciudades o el GPS, han desaparecido
Para un militar siempre será necesario elaborar planes. En su esencia, los planes son una hipótesis camino de un objetivo concreto. No son pues documentos mágicos que se deban seguir ciegamente; el entorno exterior los va a modificar. Pero son imprescindibles. Hay muchos tipos de planes, aunque simplificando al máximo podríamos decir que o bien son operativos, o tratan sobre los recursos posibilitantes, entre los que destacan los de fuerza, que prevén el armamento a obtener y en qué plazos serán necesarios. Estas pocas líneas de hoy, van exclusivamente sobre los de fuerza.
El obtener un sistema de armas o una plataforma operativa compleja siempre exigirá la concurrencia de tres tipos de factores: el militar, del que siente la necesidad de contar con ellos para ejecutar una misión definida; el político, que dudará entre dedicar fondos a ellos o destinarlos a otros fines más populares; y el de la industria militar que valorará más el importe económico asociado a la supervivencia de su negocio. La experiencia –al menos la mía personal– demuestra que siempre tiene más peso estos últimos que suelen actuar a través de los políticos pero, naturalmente, la opinión del futuro operador es tenida en cuenta, aunque solo sea para aumentar las posibilidades de exportación que complementen la voluble voluntad nacional de defenderse.
Los vehículos, aeronaves y buques definidos en dichos planes de fuerza deben ser complementados con planes de recursos concurrentes que cubran la financiación de su adquisición y sostenimiento a lo largo de su ciclo de vida y el personal que los dotará. Esta financiación, hasta la fecha, ha arrastrado una opacidad presupuestaria notable con los Programas Especiales de Armamento y el Fondo de Contingencia actuando de red de camuflaje de cara a la opinión pública.
Los plazos del ciclo de planeamiento de recursos son muy dilatados –unos seis años como media– y si a ello unimos la fluidez propia de la situación estratégica actual, resultan ser totalmente inapropiados; recordemos, por ejemplo, cuan súbitamente surgió la situación en Ucrania. El personal militar que trabaja en el campo de los requerimientos e inspección de la construcción es críticamente escaso y no tiene la debida continuidad. Y es que además se planea por capacidades en lugar de amenazas o riesgos concretos lo que sería mucho más preciso. Esto –en el ámbito aliado– es una herencia de aquellos tiempos felices tras la disolución de la Unión Soviética en que parecía que contemplar amenazas era algo superado. El planeamiento nacional también se contagió de este aparente fin de la Historia aunque los riesgos potenciales provenientes del Norte de África siempre han estado más presentes en el imaginario popular. Pero ahora, en el ámbito multilateral OTAN/ europeo, lograr la disuasión ante Rusia, es el único escenario, la única amenaza que va a estar con nosotros durante muchos años a no ser que nuestros líderes políticos consideren que China es también un problema militar. Con relación al planeamiento nacional, el número de amenazas se podrían también reducir drásticamente. Los planeamientos multilaterales y el nacional son procesos diferentes, aunque se desarrollan en paralelo.
Para evitar empantanarse en un continuismo al que sin duda nos conduce el planeamiento por capacidades se han introducido recientemente escenarios que intentan aportar realismo al proceso. Pero son demasiados y al final se cae en mantener y modernizar las capacidades actuales. El ciber espacio y el espacial aportan ámbitos nuevos que inevitablemente exigen capacidades originales; pero en general el proceso es muy largo y continuista sobre todo cuando a los plazos de definición se suman los de obtención de las plataformas militares. Y aquí surge otro factor esencial: la tecnología «civil» está arrollando los desarrollos puramente militares. Aquellos militares que en su día definieron el internet, las autopistas de circunvalación de las grandes ciudades o el GPS, han desaparecido. Pensemos cómo de adecuado será el ordenador en un buque que tarde doce años entre ser definido y construido. O con qué rapidez han surgido los drones baratos en la guerra de Ucrania. Repasemos, por ejemplo, la angustia que siente la Armada por su aviación embarcada parte esencial de la capacidad básica de proyección del poder naval al ver que la vida operativa de sus Harrier AV-B Plus se acaba y el Gobierno no acaba por decidirse a sustituirlo por el F-35B pese a haberlo definido así –eufemísticamente– en un programa conjunto con el Ejército del Aire; posiblemente esto sea así por presiones político industriales francesas.
Solo pretendo darles una idea sobre cómo se gasta su dinero y qué objetivos militares pretenden. Tan solo intento añadir algo de claridad a un proceso ciertamente opaco, no solo por la delicada materia que trata sino por las presiones que ejercen agentes que no tienen la defensa de España como objetivo supremo. O al menos saben que no se van a jugar la vida con ello. Son pues, tres las áreas de mejora que recomendaría adoptar además de dedicar más y mejor personal –militar y civil contratado– a estas tareas: sustituir el planeamiento nacional de fuerza pasando de capacidades a basarse en unas pocas amenazas concretas y tratando paralelamente de influir en los procesos aliados; en segundo lugar, acortar los plazos de planeamiento y obtención del armamento; y, por último, incorporar la tecnología civil –por su dinamismo– en el mayor grado posible.
Ángel Tafalla.Académico correspondiente de la Real de Ciencias Morales y Políticas y Almirante (r).
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