Eleuteria

Podemos y Sumar

La ruptura del grupo parlamentario no es más que un último intento de sobrevivir separándose y bunkerizándose para rearmarse de cara a futuras batallas electorales

Podemos y Sumar han roto. El divorcio venía fraguándose desde hace tiempo pero ya se ha materializado en el abandono morado de la coalición yolandista y en su integración dentro del grupo mixto en el Congreso. Pero, ¿a qué se debe semejante enfrentamiento? Pues, por muchas excusas y paños calientes que quieran poner ambas formaciones políticas, la respuesta es sencilla: la lucha por el poder dentro del espacio político a la izquierda del PSOE. Toda organización política, por muy democrática que diga que es, está siempre controlada por una minoría (ésta es la enseñanza básica de la llamada “ley de hierro de las oligarquías”). Eso significa que los nuevos dirigentes sólo pueden abrirse paso enterrando a los antiguos dirigentes: el poder es un juego de suma cero y unos sólo pueden tener más a costa de que otros tengan menos. O dicho de otro modo: el nuevo núcleo de poder de Sumar (Yolanda Díaz y los suyos) sólo podía gobernar de verdad desalojando a Ione Belarra, Irene Montero, Pablo Iglesias y los suyos. De no haberlo hecho, habrían sido sólo unos dirigentes de paja. Y ahí es dónde surge el conflicto: Sumar nació para engullir (y reemplazar) a Podemos y Podemos se resistió, con escaso éxito, a dejarse engullir.

La ruptura del grupo parlamentario no es más que un último intento de sobrevivir separándose y bunkerizándose para rearmarse de cara a futuras batallas electorales. En lugar de que Podemos pelee dentro de Sumar por el control de ese espacio político, confrontará a Sumar desde fuera como un actor independiente. Los dos nos dirán –ya nos lo dicen– que son los legítimos representantes del interés general de los españoles, de modo que sus rivales sólo defienden sus intereses personales y de partido. En realidad, tanto Podemos como Sumar pelean por defender sus cuotas de poder en beneficio de la organización y, sobre todo, del directorio gobernante de esa organización política. El interés general –jamás definido más allá de inconcretas generalidades– sólo es el envoltorio con el que recubrir su encarnizada lucha por el poder.