
Tribuna
La política todavía puede ser más absurda
Parece una chifladura, lo sé. ¡Alienígenas de izquierdas y de derechas!

Fue en abril de 1998 cuando fui consciente de que la política mundial iba a entrar en una fase de locura ingobernable. Hace casi treinta años me encontraba en la República de San Marino, atendiendo un simposio sobre ovnis convocado por el gobierno de ese pequeño país. Nada hacía sospechar el giro ideológico que iba a tomar una reunión como aquella. La estrella iba a ser un viejo coronel de los Estados Unidos que, en el verano de 1947, fue enviado a Roswell, Nuevo México, para investigar los restos de una presunta nave extraterrestre accidentada. Philip J. Corso era ya mayor y tenía ganas de soltar la lengua, así que todas las sesiones orbitaron en torno a sus revelaciones. De repente, el evento fue interrumpido por un grupo de desharrapados que, puño en alto, tomó el escenario al grito de Ufo al Popolo! («¡Los ovnis para el pueblo!»). Yo estaba sentado en las gradas más altas del teatro Titano y pude ver cómo aquel comando se distribuyó por la sala, bloqueando las salidas. Tras un pequeño forcejeo con los organizadores y tachar de fascista al atónito militar, se hicieron con los micrófonos para leernos un manifiesto.
Aquello fue como estar en medio de una película de Fellini. El líder de los asaltantes se nos presentó como miembro de los Men in Red (MIR), una organización de «comunistas espaciales» que deseaba reivindicar una nueva aproximación al misterio de los ovnis. Inspirados por las teorías del marxista argentino Dante Minazzoli –al que también conocí en esos años–, los MIR habían visto en el popular debate sobre los No Identificados, un instrumento de crítica de la sociedad occidental. Para ellos, una inteligencia extraterrestre que hubiera enviado sus naves a la Tierra tenía que ser necesariamente comunista, pues solo rindiendo todas sus fuentes de producción al servicio de un estado totalitario habrían logrado dar el salto cósmico. Su ideólogo, antiguo guerrillero refugiado en Francia, estaba además en sintonía con las ideas trotskistas del posadismo: una filosofía creada por otro porteño, Juan Posadas (Homero Cristalli), que llegó a afirmar que una guerra nuclear global sería un «mal necesario» para implantar un comunismo mundial que nos haría evolucionar hacia una cultura galáctica, sin fronteras.
Por desgracia para ellos, su asalto al Titano tuvo escaso impacto. Los MIR acabaron disolviéndose sin lograr que la «ufología burguesa» y «estatal» –siempre según su particular neolengua– se replanteara su objeto de estudio y terminara por descubrir en los ovnis el reflejo de una sociedad perfecta, de izquierdas, que había llegado al planeta para inspirar nuestra propia transformación.
Pero tan exótica utopía no ha desaparecido por completo del espectro político italiano. De hecho, he vuelto a encontrármela estos días en la figura de Antonio Pappalardo, impulsor de los Chalecos Naranjas transalpinos, los Gilet Arancioni. Il generale –en realidad, un mando jubilado de los carabinieri– saltó a la escena política romana durante la pandemia de la Covid-19. Parapetado tras un grueso mostacho, con gafas, corbata y trajes naranjas, llegó a convocar manifestaciones de protesta contra las vacunas y el confinamiento en varias ciudades de Italia. En sus arengas denunciaba a la OMS por impulsar «operaciones de control» como la enfermedad de las vacas locas o el coronavirus, mientras clamaba que el verdadero enemigo de la humanidad son las radiaciones electromagnéticas de los teléfonos móviles.
Pappalardo fue etiquetado entonces como un extremista de derechas, opacando sus actividades como poeta, novelista e incluso músico, y omitiendo una curiosa clave para entenderlo: en 2010 publicó un relato de ficción –«aunque, en realidad, no lo es», dijo– en el que daba cuenta de un encuentro que tuvo diez años antes con un señor de metro ochenta, gabardina gris, bufanda y sombrero, que se le presentó en los Apeninos como un extraterrestre. Aquel forastero misterioso le explicó que procedía de un planeta llamado Ummo, a catorce años luz de nosotros, y que tenía como misión confiarle un importante documento: el relato en cuestión. «Hay una historia formidable aquí», le susurró el visitante entregándole el manuscrito de 544 páginas de una novela que él titularía L´utopía dell´Ummita. «¡Publíquela!».
Il generale la dio a imprenta bajo el supuesto nombre de su interlocutor, Walet Humm, sin importarle –o quizá querer saber– que en España ya se hablaba de ummitas en los años sesenta del siglo pasado, y que sus historias –incluyendo las miles de páginas mecanografiadas que estos repartieron también entre ciudadanos de aquella época– no fueron sino un colosal fraude perpetrado desde Madrid por un psicólogo llamado José Luis Jordán Peña. Pero qué importaba eso. A Pappalardo, la historia de una civilización llegada para prevenirnos de una catástrofe política, que abogaba por un regreso a la atomización de Europa y que incluso pretendía restaurar el desaparecido reino de las Dos Sicilias, le sonó bien y le inspiró la creación del hoy activo Movimento Liberazione Italia, que todavía colea en la trastienda de la escena política de la «era Meloni».
Parece una chifladura, lo sé. ¡Alienígenas de izquierdas y de derechas! Pero, como leí hace poco al novelista norteamericano Rick Yancey, «la locura es la nueva normalidad social». Y dados los niveles de surrealismo de nuestros debates políticos, quizá deberíamos prepararnos para ver pronto, en primera línea, a excéntricos del perfil de Il generale. Yo ya lo creo posible. Y no se me quita de la cabeza que lo vi venir… ¡en un congreso de ovnis de un minúsculo país!
Advertidos quedáis.
Javier Sierraes escritor y premio Planeta de novela.
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