El canto del cuco
¿Qué le pasó al presidente?
Aparentemente ha superado la crisis –la «pájara» en términos ciclistas–, pero ha demostrado que es vulnerable e imprevisible
Sigue el desconcierto entre propios y extraños por el comportamiento del presidente del Gobierno. Lo que ha pasado no es normal. Se sale de toda norma establecida y de cualquier experiencia conocida en los países democráticos. Es natural que, pasado el momento emocional provocado por el desenlace de esta singular historia, entre el contento de unos y el abatimiento de otros, se sucedan ahora las interpretaciones de lo ocurrido y se analicen sus consecuencias. Hay coincidencia en que lo que le ha pasado a Pedro Sánchez, o lo que parece que le ha pasado, afecta al prestigio del país. Despejada la incógnita hamletiana del ¿se va o se queda?, conviene averiguar ahora las razones de lo sucedido, si es que tan extraño suceso tiene alguna explicación.
Para unos, como Feijóo, que apostaron desde el principio a que no iba a dimitir, todo ha sido una farsa, una maniobra emocional para salvar el honor familiar, frente a la persecución judicial y mediática contra su mujer y su hermano, y para emprender acciones contra los medios de comunicación críticos, y asaltar el control de la Justicia; de paso, movilizar al electorado de izquierdas ante las inminentes citas electorales. Una peligrosa demostración de caudillismo, opinan. La disposición a continuar en La Moncloa, como líder indiscutible del PSOE por tiempo indefinido, y sus posteriores amenazas a la independencia judicial y a la libertad de prensa como fruto granado de esos cinco días de meditación, confirmarían dicha sospecha.
Esta inquietante interpretación, que va imponiéndose cada día que pasa en los ambientes antisanchistas, entre los socialistas históricos y en la prensa extranjera, no contradice, sin embargo, del todo la versión de los que ven en toda esta peripecia una quiebra psicológica real en la personalidad narcisista de Pedro Sánchez. Son los que piensan que la semana pasada este hombre, por las razones que sean, se rompió por dentro y llegó a pensar en dimitir. Él mismo lo ha asegurado. Su rostro, ese miércoles cuando abandonó el Congreso y se encerró en La Moncloa, era la viva imagen del abatimiento y la derrota. Estaba hundido. Pasó por momentos difíciles. ¿Por la amenaza de la Justicia? ¿Por el acoso de los medios más críticos? ¿Por algo que sólo él conoce? ¿A qué tiene miedo? El hecho es que se vio solo y en un callejón sin salida. Él mismo lo confesó después en la radio: «He debatido conmigo mismo, he comido poco y he dormido menos». Aparentemente ha superado la crisis –la «pájara» en términos ciclistas–, pero ha demostrado que es vulnerable e imprevisible.
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