El buen salvaje

No es que Yolanda sea Barbie es que Barbie es Yolanda

El «fenómeno cultural» es anticultura, nada provocador, cero subversivo, puro consenso «woke»

Lo que iba a ser «fenómeno cultural» de la temporada resulta un «Grand Prix» de panfleto feminista tontorrón, de lo políticamente correcto. Con lo divertido que hubiera sido que la parodia realmente se riera de esa diversidad impostada. Digamos que Barbie susurra algo de rock and roll, pero nunca intenta ser punki. Ni siquiera puede ser escatológica porque no tiene órganos por los que expulsar. Hasta su discurso es tan de buen rollo que no aguanta más allá de lo que se tarda en acabarse uno las palomitas, lo mejor de la experiencia. Cuando pensaba que Yolanda Díaz se había sumado a la ola rosa que rompe en nuestro acantilado al amanecer aún no había visto la película. Ahora creo lo contrario. Es Barbie la que imita ese punto plancha de lo que dice Yolanda Díaz, la que quiere ser más allá de una rubia y nos promete que se puede ir al ginecólogo a ponerse al fin el sexo que le faltaba.

La muñeca viene de vivir en un mundo como el que quiere Yolanda, en el que uno no ha de preocuparse por nada porque todo es perfecto y hay un Estado, en este caso la empresa que las fabrica, Mattel, que les proporciona del día a la noche todo lo que necesitan.

Margot Robbie es tan cuqui que podría hacer un vídeo desde un tren diciendo que está en un tren, un tren ideal, eso sí. Se trata de ese afán por tomarnos por tontos y explicarnos a la manera escolar por qué las muñecas perfectas han de enfrentarse al patriarcado, tal vez la palabra que más se repite en todo el metraje. O sea, el «fenómeno cultural» es anticultura, nada provocador, cero subversivo, puro consenso «woke». Una película peligrosa, si me apuran, en tanto da ya por ganada la batalla a Hollywood. Esta es la nueva verdad que ha de asumir el mundo entero.

El verdadero protagonista es el secundario Ken, nada que ver con Pedro Sánchez, un muñeco sin atributos que al no poder cagarse en nada siente la crisis estreñida del varón que no entiende lo que pasa. Muchas (y muchos) querrán cambiar de ropita a Ryan Gosling y comprobar la rocosidad de sus abdominales, y así, el hombre objeto está castigado, como antes Eva, a soportar el pecado original.

Yolanda no puede permitirse salir en un mitin con un Chanel rosa chicle, pero para eso está su yo en la pantalla que duerme más de horas y no plancha jamás, que es de lo que nos iba a liberar Yolanda hasta que se confesó esclava.