
La situación
Las quiebras de Trump
«Los trumpistas del mundo deberían de moderar su entusiasmo arancelario (ni Elon Musk está a favor)»
En 1991, el casino Taj Mahal de Atlantic City, propiedad de Donald Trump, se convirtió en un negocio ruinoso, donde se acumulaban más pérdidas. El coste de esa inversión fue de unos mil millones de dólares, que Trump financió con bonos basura, con una tasa de interés que alcanzaba un exuberante 14 por ciento.
Su pintoresco estilo empresarial situó a Trump ante una deuda de 3.400 millones de dólares. El magnate tuvo que vender o entregar a los bancos su yate, su avión privado y la Trump Shuttle, una aerolínea que controló entre 1989 y 1992 (nada engrandece más el ego de un pretendido megarrico que ser propietario de aviones). Citibank no supo qué hacer con esas aeronaves y llegó a un acuerdo con US Airways, que tampoco las pudo rentabilizar.
En 1992, Trump tuvo que traspasar a Citibank la mitad del Hotel Trump Plaza de Atlantic City, porque también acumulaba deudas. En 2004, la Trump Hotels and Casino Resorts Inc. sufrió una nueva bancarrota por una deuda de 1.800 millones de dólares, y se vio obligado a entregar el control de la compañía. Perdió incluso el control de su propio apellido, que figuraba en el techo de algunos edificios que ya no eran de su propiedad. En 2008, Trump volvió a la bancarrota.
Pero aún más humillante que todo eso: hubo un momento en el que los bancos intervinieron las cuentas personales de Trump, hasta establecerle un límite de gasto. El resto de su dinero tenía que dedicarlo a pagar todas las deudas contraídas.
En 2011, Trump amagó con presentarse a las elecciones presidenciales. Un periodista del diario The Wall Street Journal (que tan útil fue para Trump en su exitosa campaña de 2016) le preguntó en una entrevista si alguien cuyas empresas habían sufrido varias quiebras podía ser un buen presidente. Trump entró en cólera.
Los trumpistas del mundo deberían de moderar su entusiasmo arancelario (ni Elon Musk está a favor). Pretender que Trump es un genio de los negocios y que tendrá éxito aplicando en el siglo XXI políticas proteccionistas del siglo XIX es un ejemplo de wishful thinking.
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