José Antonio Vera
Quién dispara primero
Colocarle en una embajada habría sido más escandaloso que mantenerlo como diputado
Ahora casi todo el mundo se atreve a hacer proyecciones sobre el desarrollo del «caso Ábalos», siendo la conclusión más común la de que el otrora number three va a tirar de la manta. Con gallardía torera, como suele, le dijo ayer el tránsfuga a Carlos Alsina (OndaCero) que él no tiene manta alguna y que el objetivo de su movimiento en el Congreso de los Diputados es poderse defender. Demostró el torrentino en su discurso del martes en las Cortes Generales que es zorro viejo con habilidades dialécticas y dramatúrgicas.
Domina tanto el ataque como el lloro escénico o el victimismo verbal. Mal enemigo para Pedro Sánchez, que en realidad no lo quiere de adversario ni en pintura. Un Ábalos acorralado puede ser un Ábalos decidido a vehicular todo cuanto sabe por los más diferentes canales del estercolero mediático. Claro que él no va a decir nada por su boca: lo filtrará al que más daño haga, y listo. Así funcionan las cloacas, por mucho que algunos aseguren que no hay cloacas. Es verdad, el «waterguerra» fue una invención, algo que surgió de la nada, como el maná de Moisés. La otra versión, más terrena, dice que floreció por boca de una ex.
El exministro de Transportes sabe mucho en materia de ex, y de cómo a veces tales inducen a decisiones inesperadas. Algún día alguien explicará por qué Pedro Sánchez destituyó a su ministro favorito en julio de 2021. O tal vez no, que diría Alberto Núñez Feijóo. Aunque lo que ya sabemos es que le relevó del cargo sin quererle eliminar. Por eso le aforó después como número 2 en la lista a las elecciones generales del pasado 23 de julio por Valencia, y le dio más tarde la presidencia de una comisión (Interior), con lo que se disipaban sus problemas salariales. Algo que se hace no sólo porque el presidente del Gobierno sea magnánimo en su extrema bondad, sino porque a un tipo duro como el de Torrente, o se le contenta y controla o te puede generar varios problemas a la vez.
De ahí que esta solución final (deja el escaño socialista y se integra en el Grupo Mixto) es la mejor de las inimaginables, en verdad. El partido cumple con su obligación de penalizar la responsabilidad política en corrupción, y Ábalos mantiene el escaño y el sueldo, pues ninguna otra salida era posible. Colocarle en una empresa o embajada habría sido más escandaloso que mantenerlo de diputado, es obvio.
Dicho lo cual, en unas semanas veremos si aquí hay algo de montaje o es la cruda realidad. José Luis Ábalos es un actor consumado. Pedro Sánchez más. Pero aún en la tesis del improbable apaño, urdido en la reunión del domingo en casa con Cerdán, es dudoso que a ninguno le interese disparar primero. Ambos tienen materia que tapar, y mejor dejar todo cómo está, antes que avanzar hacia el abismo. El PSOE entiende que ha depurado responsabilidades, y el ex ministro vive feliz en el gallinero con los cuatro diputados de Podemos, haciendo valer su voto cada día, en cada votación.
Porque a la primera filtración interesada que se produzca, por parte de quién sea, se responderá con otra de igual calibre, pero en sentido contrario. La teoría de la doble destrucción asegurada, en una guerra en la que la basura orbital empieza con las mascarillas y sigue por la Sepi, Aldana MtM, Marruecos o Venezuela, cuando menos.
Eso sí, la relación personal entre Ábalos y Sánchez está finiquitada. Tras ser íntimos de salidas, entradas, fiestas y cumpleaños en familia, cree el de Valencia que lo menos que debió hacer su jefe es contrastar las informaciones de parte que le llegaron, y que a la postre ocasionaron su cese. Algún día se sabrá el cómo y el por qué, aunque igual entonces ya no interese a nadie.
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